Ventosa y la tumba perdida de Berruguete
Documentos de la época prueban que el escultor está enterrado en la iglesia de Santa María de la Asunción, ya que entonces poseía el señorío de la villa, una sepultura de la que se ha perdido el rastro y que hoy está en proceso de búsqueda
Muchos son los artistas que dan renombre a nuestro país, y muchos de ellos los que escogieron las tierras castellanas como lugar para su eterno descanso. Algunos, perdidos en las sombras del olvido, otros imposibles de olvidar, pero todos ellos con un común denominador; su amor por el arte y por nuestra tierra. Un ejemplo de ello es el escultor, pintor y arquitecto Alonso Berruguete, genio renacentista que aun siendo natural de la localidad palentina de Paredes de Nava y afincado en la que fuera capital de España, escogió Ventosa de la Cuesta como lugar de entierro, una villa de la que recientemente había adquirido el señorío.
El autor, precursor del movimiento Renacentista en Valladolid, era hijo del pintor Pedro Berruguete, quien insufló en su vástago la pasión por el pincel. Sin embargo, siendo muy joven, Alonso marchó a Italia, donde la influencia por los clásicos de la antigüedad y por sus coetáneos Rafael, Donatello, Leonardo, y Miguel Ángel, le dieron las pautas para convertirse en el renovador por excelencia del lenguaje escultórico a su regreso a España.
El drama y la expresividad de sus trabajos lo posicionaron como uno de los grandes escultores hiperrealistas, unas características que marcaron su obra, así como la ‘impaciencia’ en los acabados, que lo desligan de la armonía clásica adquirida en el país vecino y le otorgan su propia esencia a las composiciones.
Además de los matices artísticos, la personalidad de Berruguete siempre estuvo determinada por un afán de crecimiento social en el que sus dos grandes propósitos eran la creación de un mayorazgo y la posesión de un señorío, dos objetivos por los que trabajó durante toda su vida hasta alcanzarlos.
Así, su deseo de ennoblecerse se cumplió al poco de casarse con la riosecana Juana Pereda, cuando adquirió el lugar de Villatoquite (Palencia), donde amplió la casa señorial y construyó un taller en el que trabajaba largas temporadas. Sin embargo, el señorío no le duró mucho, pues sus antiguos propietarios quisieron desempeñarlo y aunque el artista se negó en varias ocasiones –llegando a huir del emisario que le llevaba el dinero que se lo retiraría-, la intervención de la Chancillería y del alcalde de Valladolid le obligaron a devolver, sin más remedio, lo que tanto había anhelado.
Este hecho no amedrentó al palentino, pues su afán por aumentar el prestigio y encumbramiento de su familia, ligados al alto nivel económico adquirido por su trabajo como escultor de renombre, lo llevaron a nuestra zona, concretamente a la localidad de Ventosa de la Cuesta, municipio que cobraría gran importancia en su vida y en la historia de este pequeño pueblo castellano.
Sepulcro señorial
Durante el tránsito entre el emperador Carlos V y el rey Felipe II, la corona española sufrió varios descalabros económicos, y como consecuencia de las deudas cosechadas por los diferentes frentes de guerra abiertos, el monarca decidió poner a la venta distintas villas, lugares y fortalezas con la jurisdicción de señoríos para poder sufragar las batallas.
De esta manera, Alonso Berruguete consiguió por fin lo que ansiaba, y en abril de 1559 firmó las capitulaciones de compra de la villa de Ventosa de la Cuesta, adquiriendo el señorío por 1.920.000 maravedíes, a lo que se sumó el impuesto llamado ‘alcabala’ de 16.000 maravedíes por vecino, que por entonces se contaban en 120, cifra similar a la actual. Y aunque a partir de aquel momento el escultor fue nombrado Señor de Ventosa, su avanzada edad no lo dejó disfrutar de su encumbramiento, y tras dos años la muerte lo sorprendió igual que las musas; trabajando, en esta ocasión en la sepultura de su amigo y protector, el cardenal Juan Pardo de Tavera, en la ciudad de Toledo.
Esta última obra se convirtió en una de las más conocidas del artista, pues el realismo de su cincel llegó tan lejos que, de cuerpo presente el cardenal, Berruguete le hizo una mascarilla en la que plasmó la verdad de un rostro muerto, cuyos cavernosos ojos, sienes hundidas y labios tumefactos ofrecen una visión mortuoria que estremece a quienes la contemplan.
Así, en 1561 morían cardenal y escultor con unos días de diferencia, y está demostrado por documentación de la época –libros de fábrica de la iglesia que reflejan los pagos de su viuda por la sepultura- que el Señor de Ventosa había dejado escrito el deseo de ser enterrado en su señorío, a los pies del altar mayor de la iglesia de Santa María de la Asunción, al igual que lo harían después que él sus descendientes. Sin embargo, un nuevo enlosado realizado siglos después borró la huella de Berruguete, dejando en el olvido el descanso eterno del que fuera el escultor que revolucionó el Renacimiento.
Restos en el olvido
A pesar de que la cultura popular siempre ha ligado al artista con la localidad de Ventosa, la falta de una losa que pruebe que los restos mortales del Señor de la villa se encuentran bajo el sagrario del templo ha convertido este hecho en casi una leyenda que los vecinos del municipio luchan por probar.
Desde el año pasado, el Consistorio trata de evidenciar la existencia de la tumba de Berruguete en la parroquia de la Asunción, un proceso que por el momento, tras meses de papeleo y trámites, sólo ha conseguido llevar un georradar que ha demostrado la existencia de varios sepulcros, dos de ellos de mayor envergadura y en los que se cree que podrían estar enterrados el escultor y su familia. Pero, como decía el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, “con la iglesia hemos topado, Sancho” y, como estas edificaciones pertenecen al Arzobispado, realizar las obras de levantamiento del suelo y exhumación de los restos no son tan sencillas, por lo que mientras la entidad católica y la Junta de Castilla y León estudian dichos procesos y los costes que podrían conllevar, la incógnita del lugar exacto en el que Alonso Berruguete fue enterrado se cierne sobre su sepultura.