Disparos a todo color tiñen batallas entre viñedos
Estrategia, valentía y ganas de pasarlo bien son las características que han de cumplir aquellos que quieran poner a prueba su puntería en el campo de paintball que se encuentra en la bodega Copaboca
Preparados. Apunten. Fuego. Detrás de la bodega Copaboca, en el término de Tordesillas, donde el tinto y el blanco forman un tándem idóneo para el disfrute del paladar, existen cinco campos en los que, a diferencia de las salas de elaboración, los ríos que corren no son de vino, sino de pintura, y entre el naranja y el amarillo de la vid se libran las más singulares batallas entre amigos, familiares, empresas e incluso personas desconocidas. Un quinteto de espacios con diferentes elementos que, una vez que estás dentro, no puedes sino armarte de valor, meterte en el papel y dejar que comience la batalla.
Contiendas de todo tipo se desarrollan en estos terrenos. Conflictos en los que la misión marca los pasos de quienes participan en ellos y en los que tu equipo de asalto se convierte en tu familia y el enemigo un objetivo que derribar a base de disparos multicolor. Y es que el campo de paintball Copaboca Entreviñas, regentado por José Manuel Llorente, ofrece la posibilidad a todos aquellos aventureros de que se adentren en una realidad alternativa en la que conocer o no a tus compañeros de juego no es lo más importante, sino disfrutar de la ‘guerra’ de bolas de pintura mientras se forjan amistades que sólo una misión común y salvar la vida de un camarada pueden originar.
Tras encaminar el pasillo entre viñedos, dejando atrás la blanca bodega, las primeras señales de que algo diferente se cuece entre sarmientos se imponen ante nosotros, y además de la caseta de camuflaje que impera en el centro del terreno, a los lados, varios elementos llaman la atención. Un avión estrellado, bobinas, coches abandonados y, si la vista no falla, una especie de cementerio cierra al fondo la pintoresca imagen.
El equipo de Zona Magazine experimentó la incursión en una de estas batallas, pues el arte de la guerra sólo puede conocerse desde dentro. Acogidos por un variopinto grupo entre los que había amigos y algún desconocido, y divididos en dos grupos –bosque y tierra-, las equipaciones fueron repartidas por el comandante en jefe Llorente, y ataviados con las protecciones necesarios –mono de camuflaje y casco- comenzó el reparto de armamento y munición, partiendo cada uno de nosotros con 150 bolas. Cargadas las pistolas y con los seguros activados, y tras unas indicaciones de seguridad necesarias impartidas por José Manuel, ambos grupos pusimos rumbo al primero de los escenarios, listos para recibir instrucciones y que el silbato actuase como bomba de mortero, dando así por iniciada la batalla.
El primer enfrentamiento tuvo lugar en un espacio apenas visible, hundido entre tierra y trincheras, con pequeños depósitos de plástico que servían de parapeto a los disparos. En esta ocasión la tarea era sencilla, o eso pensábamos, pues situado cada equipo en uno de los extremos del campo, el objetivo era alcanzar una bomba ubicada en el centro del mismo y hacer explotar un gran tanque de combustible. Y como digo, creíamos que sería fácil, pero los desniveles, unidos al limitado campo de visión y el fuego enemigo asolando el terreno, complicaban cada uno de los movimientos. A cada paso, algún compañero era herido o muerto, y volviendo al punto de partida nos dejaba a los demás solos ante el peligro.
Corriendo y saltando por salvar la vida, al tiempo que salvas las de tus compañeros y cumples la misión, los diez minutos que dura cada contienda parece que vuelan, pues ya dice el dicho que cuando lo pasas bien el tiempo va más rápido, y aunque al finalizar fue el otro equipo el que había logrado el propósito propuesto, las primeras sensaciones por haber batallado como auténticos soldados consolaron nuestros corazones derrotados.
Con este primer descanso también llegó el momento de recarga ya que, si el fervor de la batalla se hace con todo tu ser, 150 bolas se quedan cortas a la hora de conseguir tu meta. Por un módico precio, Llorente ofrece cargas individuales y colectivas, elección que deja en el tejado de los soldados y sus ansias de disparo.
Tomada la decisión pasamos al siguiente terreno de juego, donde un avión estrellado presidía la escena, detrás de él un búnker y, rodeándolos a ambos, bidones y montículos de ruedas completaban la estampa. Aquí el rol de cada grupo era totalmente diferente, puesto que, en vez de tener un fin común, cada cual tenía su propio encargo. El equipo Nazi debía salvar la caja negra del avión, y desde la construcción protectora conseguir no ser alcanzados por los proyectiles del equipo Aliado, quienes durante el tiempo que durase la partida tenían que evitar que estos consiguieran la caja, dado que el destino de la guerra dependía de la eficacia de su puntería.
El siguiente emplazamiento apenas nos dejó un respiro para recobrar el aliento y, en el papel de narcotraficantes y policías, el más grande de los campos nos sorprendió batallando por hacer un intercambio de droga y dinero mientras desde el peculiar puente de tubos, tablas, pallets y hierros, y desde los coches abandonados, los agentes pugnaban por impedir nuestro propósito. Los disparos cruzaban el escenario, y alguna que otra bala alcanzaba nuestros cascos, traspasando el compuesto el plástico que nos protegía, pero no había por qué preocuparse, pues aunque eliminados, estas singulares bolas están formadas por fécula de patata y colorante, de tal forma que no son tóxicas. Centrados en el enfrentamiento ni siquiera la traición de uno de nuestros compañeros evitó la transacción, y tras salir airosos de esta misión pasamos a la siguiente.
Llegábamos al fin de los espacios, y también de la luz natural, y mientras la noche se cernía ante nosotros y la explosión de las coloridas bolas en las distintas partes de nuestro cuerpo iban dejando zonas abultadas y moratones, el cementerio se volvía un nuevo campo bélico, pero en esta ocasión había que salvar a los muertos y no a los vivos, y en tanto que los profanadores de tumbas se escondían en la ermita para robar los miembros expuestos, nuestro grupo pugnaba por evitarlo con los últimos cartuchos que nos quedaban. Acabado el tiempo, quedamos en tablas, pero los puntos conseguidos en las anteriores contiendas marcaron la decisión final; y el equipo tierra, nuestro adversario, debía ser fusilado.
Antes del trágico final, el tercero de los espacios volvió a ser escenario de una batalla campal, aunque esta vez los amigos hechos durante las diferentes misiones se volvían tus enemigos y, en un ‘todos contra todos’, el último en quedar en pie se convertía en el rey de la guerra.
Tras lo cual, aliados de nuevo ante el término de la guerra, ambos equipos nos adentramos entre las viñas, y como colofón, los ganadores batimos a los perdedores en una especie de fusilamiento en el que la pintura tiñó los sarmientos de Copaboca.
Aunque desconocidos en un principio, las distintas misiones y escenarios nos unieron con el grupo que se atrevió a incluirnos en sus filas, convirtiéndonos en amigos en la batalla y en la paz. Una unión que afloró por el gusto compartido al gatillo.
Combinaciones campales
José Manuel Llorente, el comandante en jefe y árbitro en las misiones, explica que además de los juegos en sí mismos, el convenio firmado con la bodega tordesillana ofrece a los visitantes la posibilidad de combinar los enfrentamientos con catas y menús, unas opciones idóneas para recuperar energías tras los esfuerzos realizados.
Además, afirma que es muy común que las empresas contraten estos servicios para afianzar la confianza y el trabajo en equipo entre sus empleados, unas reuniones denominadas teambuilding que se completan con conferencias en las grandes salas de las que dispone Copaboca.
En cualquiera de los casos posibles, Llorente sostiene que los grupos, sean conocidos o no, pues «muchas veces son personas a las que han unido las redes sociales pero que no se conocían hasta el momento», van a disfrutar, y el único consejo que él les da, además de poner el seguro nada más acabar la misión, es pasarlo bien y dar rienda suelta a la estrategia, dejando el miedo a un lado y buscando la diversión ante todo.