La Plaza Mayor de la Hispanidad, el patrimonio arquitectónico más grande de España
Testigo de grandes acontecimientos y sede de algunos de los edificios más importantes de Medina, la Plaza de la Hispanidad fue el centro del antiguo esplendor de Castilla y de la vida en la Villa hasta la actualidad
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Con 14.000 metros cuadrados, deponente de la vida y muerte de importantes reyes y de la muestra más relevante de mercadería de la historia, la Plaza de la Hispanidad de Medina del Campo se alza como la mayor plaza de España y una de las más grandes de Europa. Esta construcción, que alberga en su ágora los tres poderes institucionales representados en gigantes de piedra y ladrillo –la iglesia con la Colegiata de San Antolín, el pueblo en el Ayuntamiento y la monarquía con el que fuera el Palacio Real-, alcanzó su máximo esplendor cuando se convirtió en uno de los principales foros mercantiles de la época. La creación de las Ferias es uno de los motivos históricos por los que es famosa en la historia. Pero, ¿cuál es su origen?
La que pudiera considerarse como plaza del mundo, por ser el ejemplo temprano de las grandes plazas y en la que confluyeron no solo acontecimientos históricos, sino también una gran variedad de lenguas, formó parte de la obra singular de Fernando de Antequera, rey de Aragón, quien junto a su esposa Leonor de Albuquerque entregó todos sus afectos tanto a la villa como al trabajo de convertirla en uno de los enclaves más notables de la época.
El regente, que entonces residía en el hoy conocido como convento de Santa María La Real, quiso trasladar la vida del municipio del otro lado del Zapardiel, donde hasta ese momento sólo había algún convento y mucha tierra libre. Por ello, comenzó a adquirir estos suelos y trazó una recta –hoy la calle Padilla- entre la iglesia de San Miguel y la plaza hasta el punto donde quería levantar una residencia palaciega, más amplia y moderna, para los reyes, con el convencimiento de que en esta nueva zona, desde ese instante y por el resto de los siglos, correría el pueblo.
Para conseguir su propósito, diseñó una gigantesca plaza que después se tomó como modelo de ciudades como Valladolid, Madrid y Toledo. Regla en mano, estructuró el centro antiguo del pueblo –calles, plazas y callejas-, organizándolo todo en función de este inmenso foro, el nuevo palacio real –el antiguo lo había donado para convento- y el río.
En la plaza, comerciantes de diferentes partes del mundo se reunían en mayo y octubre para realizar sus intercambios, de tal manera que incluso en esa época se firmó la primera letra de cambio de Medina, que sirvió para consolidar el uso de este medio de pago que ya se había utilizado, en ocasiones, en otras épocas y lugares. Un hecho histórico que se conmemora a través de un monumento que, en sus orígenes, se encontraba en los jardines de la Plaza Mayor y que ahora se ubica en una de las cuatro esquinas de la misma, junto a la calle Simón Ruiz.
Con el tiempo ese tipo de encuentros palidecieron, influidos también por el traslado de la corte a Madrid. Sin embargo, en el siglo XIX se crearon unos nuevos –amparados por la llegada del ferrocarril-, como son el Mercado semanal de los domingos, el de la Feria Mayor de San Antolín y el de la Feria Chica de San Antonio, convirtiéndose en los principales mercados de transacciones de trigo y ganado lanar de España. De hecho, de ese zoco del domingo deriva la costumbre, que ha llegado a nuestros días, de abrir los comercios el último día de la semana y cerrar los jueves.
Dichos mercados atesoraron tal importancia, al igual que las agrupaciones de mercadería del municipio, que el pavimento de la Plaza de la Hispanidad los recuerda con pequeñas placas metálicas en las que, a través de símbolos alegóricos, se representan los diferentes gremios locales –mercaderes y artesanos-, puesto que cada uno de ellos tenía su lugar en las principales calles del casco histórico de la villa.
Sin embargo, el comercio no es lo único por lo que destacaba este espacio, ya que además de ser escenario de negocios y transacciones, en él se llevaron a cabo las ejecuciones de los presos hasta mediados del siglo XVIII, pero también corridas de toros y festejos taurinos de los que disfrutaban todos y cada uno de los estamentos desde las balconadas instaladas en los edificios circundantes hasta la construcción de la plaza de toros en 1949.
Sucesivos incendios e inundaciones disminuyeron la actividad mercantil de este enclave, y fueron transformando su aspecto original, pero en ningún caso mermaron la majestuosidad característica del lugar ni los singulares elementos que la componen. Prueba de ello son los soportales que la rodean, pues cuando los de las calles aledañas se eliminaron, sólo los de la plaza se mantuvieron, y en ellos, si se está atento, aún se pueden atisbar las muestras de las predecesoras mirillas ubicadas en las puertas de las casas, ya que, a diferencia de lo que todos conocen, hubo una época en la que estos particulares observatorios, que permiten saber quién llama a la puerta antes de abrir, se encontraban en el suelo de las salas ubicadas sobre los soportales. ¿Sabrían identificar en qué lugares se ubican citadas mirillas? En un paseo por los pórticos de la Plaza, encontramos al menos tres.
Los soportales no son las únicas piezas que forman parte del patrimonio arquitectónico y del esplendor de esta plaza. Las diferentes edificaciones que aquí se encuentran también han tenido y mantienen un papel fundamental en su trascendencia, siendo los escenarios en los que se han desarrollado algunos de los acontecimientos importantes de la localidad o, simplemente, se distinguen por la singularidad de su apariencia.
De parroquia a Colegiata
Presidenta del amplio zoco, vigilante inerte desde hace siglos del devenir de las generaciones, la Colegiata de San Antolín es la sucesora de una primitiva parroquia fundada por repobladores palentinos que llegaron a Medina amparados por su patrón San Antolín en el siglo XII. Nuevamente, el visionario Fernando de Antequera fue la primera persona que la quiso elevar a catedral o colegiata, aunque fue su nieto Fernando el Católico quien consiguió la bula papal que lo acreditaba.
Completada a lo largo de los siglos, los inicios de su construcción tuvieron lugar a principios del siglo XVI con los primeros cuerpos de la torre, para continuar con las naves y capillas instaladas en el muro que mira hacia la plaza. Palmo a palmo, el edificio religioso se fue rematando con distintos arreglos y construcciones, finalizándose en el siglo XIX.
Del muro principal existen varios elementos que llaman la atención. El balcón de la Virgen del Pópulo es una de las partes más interesantes de la fachada. Se trata del más antiguo antecedente de las capillas exteriores, tan extendidas en las iglesias y catedrales de Hispanoamérica. Se construyó como segundo altar de la capilla interior del mismo título y su función principal era dar misa desde ahí los días de mercado para que los feriantes no tuvieran que abandonar sus puestos. Asimismo, otra de las tribunas que llaman la atención en este edificio es la que se encuentra adherida a uno de los extremos de la fachada –en un cuerpo añadido- desde donde los canónigos pertenecientes a la archicofradía del Santísimo Sacramento presenciaban los festejos taurinos celebrados en la plaza.
Como dato curioso hay que reseñar que a diferencia de como ocurre en la actualidad, hace 400 años eran dichas agrupaciones religiosas quienes se encargaban de organizar estos eventos y quienes poseían las mejores localizaciones para disfrutar de los mismos.
La torre y el reloj de la villa son también dos de los componentes de la Colegiata que llaman la atención. Por su parte, el torreón está coronado por una estructura de hierro, y en su interior se encuentra la campana popularmente conocida como ‘María’. De los muchos toques de campanas que se llevan a cabo hay uno muy particular que se realiza a diario –un poco antes de las nueve de la mañana- en memoria de los fallecidos en el desplome de las bóvedas del templo de Nuestra Señora de Gracia, y que se denomina ‘toque del címbalo’. En cuanto al reloj, cuenta con un mecanismo del que forman parte dos carneros –ubicados sobre la esfera- que marcan los cuartos chocando las testuces en dos pequeñas campanas. Sobre ellos, una pareja de maragatos de grandes dimensiones se encargan de dar las horas en la monumental campana que está entre ambos conocida como ‘maragata’.
Cada rincón del interior de la Colegiata es un lugar en el que pararse, mirar y admirar, observar al detalle y volver en otra ocasión para seguir descubriendo. Pero si hay algo que llama especialmente la atención es el retablo mayor, pues se trata del conjunto artístico más significativo del templo y en el que confluye la obra de numerosos artistas.
Palacio Real Testamentario: cuna de reyes y de la Hispanidad
Edificado en el siglo XIII, el que ahora se conoce como Palacio Real Testamentario fue el lugar de nacimiento de grandes reyes como Fernando de Antequera –el urbanizador de Medina- y sus hijos Alfonso V de Aragón y Juan II de Navarra –padre este último del rey Fernando el Católico-. Y fue el de Antequera quien lo agrandó, edificándolo de nueva planta, de tal forma que esta vivienda palaciega llegó a extenderse desde la que se conocía como acera del ‘Potrillo’ hasta la calle del Rey y de Cerradilla. En ella, el monarca aragonés construyó las casas de los palacios que habitaron las distintas familias principales de la realeza.
Los muros de dicha vivienda fueron testigos de grandes acontecimientos, no solo de la llegada al mundo de regidores, sino también del establecimiento de la unidad monetaria de los reinos en 1497, la organización del tercer viaje colombino y, sobre todo, el testamento y muerte de Isabel la Católica; hechos ligados a dicha soberana que contribuyeron al nacimiento de la idea de Hispanidad como base y fundamento de la Comunidad de Naciones Hispánicas y por lo que la plaza hoy recibe este nombre.
La reina, que vivió aquí durante largas temporadas, convirtió este enclave en su sitio preferido de residencia; un lugar lujosamente ornamentado con techos mudéjares, tapices y numerosas obras de arte. Y es que su majestad inició en esta vivienda la colección de tapices de la Casa Real española, que con el tiempo se convirtió en la primera del mundo, ya que era una gran aficionada a la decoración y en especial a este tipo de obras de arte hechas con hilos de colores.
Tras la muerte de Isabel, la construcción prácticamente se abandonó, y algunas estancias se transformaron en lonja para mercaderes, concentrándolos a todos en un mismo lugar, de tal forma que se facilitó el cobro de impuestos y alcabalas. Fue también ayuntamiento y cárcel, de hecho, una de las reclusiones más execrables de la época, antesala de sacrificios.
Sin embargo, los reyes aún se quedaban en las estancias más distinguidas cuando llegaban a Medina y, si no eran ellos, eran sus esposas, como la de Carlos I de España quien, mientras su marido prefería el palacio de los Dueñas, ella era más partidaria de quedarse en el de la plaza. Y es que a Isabel de Portugal le gustaba el bullicio y la vida que rezumaba en el centro de ciudades y pueblos, algo que el Testamentario le ofrecía de primera mano.
La portuguesa pasaba aquí periodos prolongados, y desde las balconadas medinenses ayudaba a su marido en la gobernanza de los reinos españoles. De hecho, fue entre los muros de esta singular residencia donde la monarca firmó diferentes documentos sobre las posesiones en el nuevo mundo, entre las que destaca la Real Cédula de 1532 en la que se otorgó el título de Ciudad de los Ángeles a la que hasta entonces se conocía como Puebla de los Ángeles.
Con los siglos se sucedieron un sinfín de obras que alteraron la imagen original de la morada favorita de la consorte del rey emperador, pero la más significativa fue la que llevó a cabo el Cabildo mayor de Medina cuando Carlos II le cedió las salas que miraban hacia la plaza Mayor, pues el religioso instaló en ellas una balconada desde la que los eclesiásticos pudieran presenciar los actos públicos y que se acabó por demoler en el siglo pasado.
En la actualidad apenas queda un pequeño vestigio de lo que un día fue un palacio de tales dimensiones que daba a tres calles y a la plaza. Es en esta última donde aún se conserva la puerta de acceso y el patio de entrada, así como algunas de las estancias que ahora están destinadas a espacio museístico.
El nuevo Consistorio y la Casa de los Arcos
Originalmente establecidos frente a la iglesia de San Miguel, del otro lado del Zapardiel, el Ayuntamiento de la Villa llegó a la Plaza tras un acuerdo entre los regidores locales y el Cabildo de la Colegiata por el cual este último cedía su casa para la construcción del actual Consistorio con la condición de que se comprometieran a edificar unos arcos con terrazas sobre el comienzo de la calle Salamanca para que los clérigos pudieran presenciar los festejos taurinos desde esta altura.
Para la cimentación de la nueva casa consistorial se aprovecharon materiales de la antigua, y en ella es notable la existencia de amplios balcones corridos, en sus dos plantas, para acoger a las autoridades los días de eventos públicos. Como dato anecdótico, los de la entreplanta se conocen como gorgueras por ser el lugar que ocupaban los oficiales municipales que lucían esta prenda.
El Ayuntamiento también fue lugar de grandes eventos o de costumbres muy arraigadas, como los bailes de máscaras que se llevaban a cabo en el patio interior durante las celebraciones de carnaval y que se extendieron después a las calles y plazas de la localidad, llevando a cabo en ellas diferentes juegos carnavalescos.
Sobre el trato rubricado entre Cabildo y Consistorio, este último también cumplió su parte, y levantó entre sus muros y los del antiguo palacio lo que se conocen como las Casas de los Arcos; y como estaba escrito se instaló dicha tribuna, coronada por el escudo capitular del Cabildo sostenido por dos sirenas. Del remate superior destaca la escultura que se colocó varios siglos después, pues se trata de una pequeña estatua –que se ha denominado ‘La diosa del Poderío’- y cuatro jarrones –dos a cada lado de ella-. Esta reforma la costeó una vecina después de ganar un pleito al ayuntamiento, que quería desalojarla y derribar el edificio en el que residía.
La Casa del Peso
En la esquina entre la plaza de la Hispanidad y la calle Maldonado se alza el que fuera uno de los inmuebles más relevantes de la historia, ya que en su interior se instaló el ‘Peso Real’ o peso público, es decir, que aquí se garantizaban oficialmente las correctas pesadas y medidas de los productos en una era en la que aún no se había establecido el sistema métrico decimal.
Ligados a esta construcción estaban los llamados ‘rollos feriales’, pilares de granito que marcaban el espacio –entre la Rúa Nueva (actualmente calle Padilla) y la calle de la Plata (actual Bernal Díaz del Castillo)- donde los cambistas y bancos llevaban a cabo sus operaciones. Este trecho se protegía con cadenas engarzadas a dichas columnas para evitar atropellos.
De la Rúa, se llevaron a la plaza Mayor dos de ellas, donde estuvieron situadas hasta su traslado definitivo al Museo de las Ferias para su conservación. Antes de esto, ubicadas frente a la Casa del Peso, conformaban un lugar de transacción, y tras ellas se colocaban los enseres de la oficina de cambios: un largo y ancho tablón, un banco de respaldar y, sobre él, una balanza de guindaleta y pesos justos, así como los correspondientes libros de cuentas. Más tarde, ambas formaron parte del monumento a la Letra de Cambio junto con las basas de sus homólogas.
Además, en estos rollos se encuentra la creencia para los medinenses de que aquí tuvo su origen la palabra ‘bancarrota’, pues uno de ellos llevaba este nombre y a él se ataba a los comerciantes que al final de las ferias no cumplían los compromisos contraídos al comienzo de estas. Una muestra más de la importancia de Medina en la historia y de los edificios y monumentos que en su zoco principal se encontraron y encuentran.
Este espacio ha sido y es uno de los centros de la vida del municipio. A lo largo de los siglos, escenario de grandes juegos de lanzas, corridas de toros, testigo de bodas y nacimientos reales, así como lugar de encuentro de jóvenes y viejos, tratantes y compradores y del movimiento general del pueblo. Elementos que se han grabado en las crónicas de la villa y en la mente de sus habitantes, pasando a ser parte del acervo y del orgullo de los medinenses, que en cuanto pueden no dudan en hacer alarde de la majestuosidad de su Plaza Mayor y de lo que su construcción supuso.