Val de Vid y la semilla que vino del Bierzo
Antonio Merayo plantó hace más de treinta años las primeras vides que más tarde darían lugar a su bodega en Serrada, viñedos que hoy guardan el carácter único de un viticultor innovador y que reflejan la filosofía de amabilidad y calidad en cada una de las lágrimas de sus vinos, un trabajo que en la actualidad está en manos de su hijo Javier
No pensamos mucho en lo que las vivencias de nuestra infancia pueden influir en nuestra vida adulta. Los juegos, los ratos con la familia, las enseñanzas de nuestros abuelos… pequeños detalles que, de alguna manera, forjan nuestro carácter y nos guían hasta nuestro destino. Sin embargo, esas miguitas o, esas pequeñas semillas, sin nosotros saberlo, se instalan en nuestro interior y enraízan hasta que, cuando menos lo esperamos, sus brotes se abren camino hasta el exterior. A Antonio Merayo, banquero durante más de cuarenta años, nadie le iba a decir que la simiente plantada cuando era niño en los ratos en el viñedo, con sus abuelos y su padre, en su Bierzo natal, le llevarían años más tarde a abrir su propia bodega.
Amante del campo y de las labores que en él se hacen, Antonio disfrutaba de la época de la poda como si del día de Reyes se tratase, ya que además de buscar todo tipo de animales e insectos entre las viñas, observaba las tareas que desempeñaba su familia, convirtiéndose esto en uno de sus pasatiempos favoritos hasta que se marchó de su pueblo para estudiar.
Con el tiempo, tan sólo los recuerdos eran lo que le devolvía las emociones que aquellos días le habían hecho sentir, pues tras sacar unas oposiciones, la banca se había convertido en su profesión y las jornadas campestres habían quedado atrás. Pero ya en Valladolid, y tras cuarenta años detrás del mostrador, el trato con distintos agricultores y viticultores volvieron a nutrir la semilla que él ya creía olvidada, un enraizado berciano que en 1989 lo animó a plantar veinte hectáreas –en el término municipal de La Seca- que hoy componen el terreno en plantación de bodegas Val de Vid, su negocio en la localidad de Serrada, donde volcó sus ilusiones de elaborar un vino agradable y de calidad siete años después de aquella primera siembra.
Rompiendo esquemas
De manera anecdótica, Antonio cuenta cómo fue su llegada a la Denominación de Origen Rueda, ya que en ese momento la disposición de los viñedos era, principalmente, en vaso y, de alguna forma, el leonés apareció en el panorama para romper esquemas, implantando las primeras vides en espaldera y cambiando el marco de plantación que daría paso a la mecanización de la vendimia.
Y es que la decisión de este modelo de siembra vino tras un estudio profundizado de lo que estaban haciendo en otros países, «es cierto que entonces la espaldera era más rudimentaria, pero estaba claro que el futuro iba por ahí», eso sí, en esa época, el resto de viticultores se extrañaron de lo que Merayo estaba estableciendo, y según comenta él mismo entre risas, «le decían a mi empleado que su jefe no sabía en qué gastar el dinero». De este modo, el fundador de Val de Vid se convirtió en la llave de la puerta que hasta entonces casi ningún otro se había planteado abrir en Rueda, lo que supuso, gracias a él y a otros pioneros, un paso muy importante en la vendimia.
Pero la estructuración del viñedo no fue la única novedad que el vitivinicultor tenía en mente, pues sus años en la banca le habían hecho darse cuenta que los verdejos de la zona tenían un toque «muy ácido» que hacían que «te costase tomar más de uno». Por ello, una cuestión prioritaria para él era «ser capaz de elaborar una bebida que te invitase a tomar una segunda, una tercera e incluso una cuarta copa». «La premisa que le pusimos a la enóloga hace treinta años fue el conseguir hacer vinos más amables, fáciles de beber y que invitasen a seguir bebiéndolos».
Según apunta el hijo de Antonio, Javier, actual gerente de la bodega y responsable de preservar el legado de su padre, en Val de Vid buscan, en todo momento, «la calidad antes que la cantidad, además de hacer vinos más complejos y agradables». Una forma de continuar con esa manera tan particular de ver el vino que tenía su padre y que se refleja en sus productos a través de una apuesta por darles más naturalidad y sostenibilidad a las elaboraciones, reduciendo la huella de carbono y planteando una marca «totalmente sostenible».
Javier identifica su historia con la de su padre, ya que cuando Antonio comenzó a trabajar en las primeras tierras llevaba a sus hijos, igual que habían hecho con él, a que pasaran tiempo en el campo y conocieran los trabajos que allí se hacían. «Es algo que te va atrapando poco a poco, porque primero vas y juegas entre viñas, pero al tiempo te interesas por lo que hacen los jornaleros, te suben a las máquinas, ves la poda, y ya cuando te llevan a la bodega y presencias por primera vez una vendimia te enfrasca de tal manera que ya no quieres salir». Con la experiencia paterna y lo aprendido desde niño, él es quien se encarga actualmente de que la idea con la que se inició el proyecto de Val de Vid siga creciendo y mantenga su esencia.
Así, siempre con la vista puesta en contribuir al medio ambiente y distinguirse en el mercado, «comenzamos a trabajar en sostenibilidad cuando nadie hablaba de ello», de tal forma que han disminuido en gran medida la huella de carbono, «minorando el peso de las botellas para que en su fabricación produjesen menos huella, y no sólo en el vidrio, sino también en artículos de materia seca que tenemos en la bodega». Además, según admite Javier, todos los productos que usan son ecológicos «y los viñedos están en transición de serlo». «El tratamiento de la uva se hace plenamente en ecológico, y aunque es más costoso nos compensa saber que estamos haciendo algo bueno», declara.
Antonio añade que, al margen de la bodega, cuentan también con 3,5 hectáreas de árboles para «compensar la huella de carbono que podamos producir», así como 200 placas solares con las que se autoabastecen del consumo de energía eléctrica.
En cuestiones de elaboración, con la misma idea en mente, unida a la continua mejora en su oferta, también han minimizado «al máximo» la sulfatación, a lo que se une el proyecto de mitigar en sus confecciones «productos enológicos que faciliten el trabajo en cuanto a sostenibilidad y, sobre todo, calidad en los vinos».
Todos estos avances y trabajos exhaustivos por diferenciarse y buscar lo mejor en aquello que proponen al mercado se evidencia a la hora de catar, pues sus cien por cien verdejos, y los coupage con viura ofrecen –gracias a la reducción de sulfitos- muchos más aromas que, de otra forma, «se ocultan detrás del sulfuroso». «Tienes más complejidad. En definitiva, es una diferencia clara en los aromas y después en los sabores», aclara Javier.
El fundador apunta que la labor que han desarrollado a lo largo de los años para alcanzar todas esas mejoras y poder dar al consumidor un producto de calidad se puede ver en la aceptación de sus bebidas, «que es lo principal en una bodega», pero también en los premios que han ido cosechando. «Premios hay muchos, pero, a mi modo de ver, el más importante que puede recibir una bodega de la D.O. Rueda, el Premio Sarmiento, es el que reconoce nuestro trabajo en casa, y eso es lo que define la excelencia de tus vinos, los premios que recibes sin cruzar fronteras». Así, de las catorce ediciones que se han celebrado de este galardón, Val de Vid ha obtenido diez primeros premios y varios segundos premios; laureles de los que padre e hijo se sienten «muy orgullosos».
Del mismo modo, una de las características que tienen los productos de Val de Vid es que, las mezclas, están hechas con las uvas de los mismos viticultores «prácticamente desde que se puso en marcha la bodega», lo que les permite no variar en los sabores y mantener el mismo nivel en todas las cosechas. «Los productores tienen que cumplir unos requisitos en cuanto a uva, terreno, labores que se hacen en el campo… pinceladas que hacen que siempre acertemos en el ensamblaje».
En resumen, Javier recalca que la idea que tienen es «máxima calidad en el viñedo, en la bodega y, al final, en la botella, y sobre todo tomarse con calma todas las tareas», ya que como dice el refrán, las prisas no son buenas; un propósito que se manifiesta después en las marcas que salen al mercado.
Vista en el porbenir
Hasta el momento, en Val de Vid se han centrado en sacar partido a la uva insignia de la zona, la verdejo, pero con la incorporación, en alguna de sus elaboraciones, de la variedad viura, un tipo de uva que «baja la acidez en la transformación, aunque en las analíticas no aparezca». Por otro lado, este ensamblaje aporta las características propias de esta especie, pues «la viura es una variedad muy fructífera y que da un rendimiento en viñedo y bodega muy alto, aportando un gran volumen líquido. Al ser tan productiva tiene unas cualidades organolépticas diferentes al verdejo y redondea los vinos en cuanto a amabilidad», dilucida Antonio, a lo que Javier apostilla que, en su caso, «los Ruedas están en un volumen de 85% verdejo y 15% viura».
Admiten que en algún momento se han planteado y que, incluso, han probado, a embotellar sólo viura, pero que como las normas del Consejo Regulador establecen que todos los vinos de Rueda han de llevar, mínimo, un 50% de verdejo, lo tienen que vender como Vino de la Tierra, y no les compensa. «En el horizonte siempre está hacer cosas nuevas y cómo el mercado puede admitir un producto cien por cien viura, pero en Rueda el verdejo es especial», sentencian.
Eso sí, padre e hijo revelan que tienen en mente muchos proyectos, pero que, en este momento, el que más peso tiene es el de entrar a producir un vino dentro de la nueva categoría que ha creado la Denominación de Origen: ‘Gran Vino de Rueda’. «Creemos que nuestra filosofía encaja perfectamente con lo que buscan, ya que nosotros producimos durabilidad, a pesar de la creencia de que los verdejos no pueden envejecer los nuestros añejan muy bien y esa es una de las premisas, además de que los viñedos de los que se extraigan las uvas tienen que tener más de treinta años y con una producción corta que no llegue a los 10.000 kilos, y la nuestra es de 6.000».
Por otro lado, esa clase de vinos también piden un año, mínimo, en bodega, algo que están totalmente dispuestos a hacer porque según admiten «dar salida a un verdejo de más de un año en un mercado como el español es complicado, porque enseguida te piden el nuevo desde la D.O. como nos está pasando ahora, que nos llevan pidiendo el verdejo del año casi cuando acabamos la vendimia».
Javier explica que ellos tienen demostrado que «la verdejo tiene una vejez importante porque es lo que le da la acidez, y esa acidez es uno de los principales componentes que le permiten al vino tener años», y añade que los de Val de Vid aguantan porque filtran a demanda, es decir, lo hacen por depósitos, y mientras no es necesario embotellar porque no hay pedidos, las mezclas siguen en contacto con las lías –que son las que mantienen la acidez, el aroma y las propiedades- en el depósito, «una situación que puede alargarse incluso hasta la vendimia siguiente». «Es una de nuestras normas en cuanto a calidad, ya que si se embotella todo a la vez se van todos los parámetros».
Sin embargo, tanto Antonio como Javier, prevén un futuro complicado en cuanto al sector del vino en la actualidad, no para ellos, sino para todos los viticultores, ya que la falta de mano de obra, sobre todo en poda y vendimia, es una preocupación generalizada. «La cuestión es que tampoco hay una especialización en este tipo de trabajos», señalan, y matizan que «ahora cualquiera poda y desde el primer día, y es una labor que no se puede hacer de cualquier manera, porque hay que tener un mínimo de conocimiento de qué es lo que quitas y por qué dejas lo demás». Observan que la D.O ya se ha dado cuenta de este problema y ha realizado varias ediciones de cursos para enseñar a podar, «aunque en el tema de la falta de jornaleros ni los cursos animan al trabajo», concluye Antonio.
Pero no todo son trabas, ya que los propietarios de Val de Vid contemplan con orgullo cómo sus vinos se han abierto paso en el mercado internacional de una manera muy significativa. El fundador comenta que desde que inauguraron, su nicho de mercado ha sido Europa, ya que lo hacen a través de una especie de consorcio que facilita el contacto con los clientes. «Quienes prueban nuestro vino ya no nos abandonan, ni siquiera cuando llega otro con un precio más bajo, porque lo que le importa al comprador exterior no es tanto el coste como la calidad, puesto que tienen claro lo que quieren y no miran más». Revelan que, en cambio, el mercado español «mira mucho más los precios» y que la producción tan grande que existe en el país en este sector hace que haya mucha competencia, «lo que da pie a los compradores a aprovecharse». Por ello, la espinita se encuentra clavada en el corazón de ambos, a quienes les gustaría vender más en España, y se proponen como reto de futuro el conseguir que el mercado nacional valore sus productos «como se merecen».
Mientras, la semilla del bierzo, cuyas raíces han traspasado generaciones, continuará creciendo en el interior de los Merayo, y sus marcas insignia, Condesa Eylo, Musgo y Val de Vid, seguirán abriéndose camino en los paladares más exquisitos como muestra de que la tradición y las enseñanzas que se cuidan y valoran por años pueden marcar el destino de una persona e incluso de toda una familia.