Viaje al centro del mudéjar castellano

Viaje al centro del mudéjar castellano

El parque temático del mudéjar de Olmedo ofrece la posibilidad de conocer las joyas arquitectónicas de este estilo artístico en la Comunidad

El escritor francés Julio Verne hablaba en sus libros de expediciones extraordinarias, descubriendo los misterios que se ocultan en el interior de nuestro planeta o conociendo en un corto periodo de tiempo cada uno de los países que lo componen. Siguiendo su filosofía aventurera, desde Zona también proponemos un viaje, un periplo en el que descubrir los secretos de uno de los estilos artísticos más característicos de nuestro territorio; y aunque Verne sugería odiseas de hasta ochenta días, en este caso nosotros planteamos hacerlo en uno solo. Una jornada en la que adentrarse en el corazón de Castilla y León a través de las joyas arquitectónicas mudéjares que en ella se encuentran.

Para ello, sólo hay que desplazarse hasta la localidad de Olmedo, cuna de este arte, pero también emplazamiento en el que se encuentra el único parque temático de este tipo en la Comunidad y que cuenta con una veintena de piezas pertenecientes a dicha técnica. Y si el hecho de compactar en un único lugar tanto esplendor es sorprendente, mucho más lo es que, a nuestra llegada, el lugar nos recuerde a otro de los cuentos de nuestra infancia. Sin necesidad de una galleta en la que ponga ‘cómeme’, los visitantes creerán que han crecido tres palmos –al igual que Alicia- y que, junto a las grandes edificaciones, parecerán gigantes.

Y es que otra particularidad de este centro es que cada una de las recreaciones está hecha en miniatura, de tal forma que se puede sentir su grandeza mientras ellas se ponen en el lugar de pequeños observantes.

Arquitectura a pequeña escala

La palabra mudéjar, que provine de la voz árabe ‘mudayyan’ (sometido), es como se designaba en los reinos cristianos a los musulmanes que permanecían, conservando su religión y sus costumbres, en territorio conquistado. Del mismo modo, los inmuebles pertenecientes a este gremio, tales como mezquitas, y el estilo con el que se confeccionaban los mismos también adquirieron esta designación.

Así, aunque en un principio los cristianos adaptaron los templos musulmanes convirtiéndolos en iglesias, con el tiempo tuvieron que construir nuevos edificios, y para ello recurrían a los maestros más diestros en la materia que, en este caso, se encontraban en la población mozárabe. De esta manera, uniendo las técnicas musulmanas con las cristianas se dio lugar a este estilo artístico que se prolongó hasta el siglo XVI y cuyas técnicas, caracterizadas por el uso de materiales pobres –ladrillos, alices vidriados, yeso y madera- que enriquecían su construcción, se utilizaron con posterioridad en la arquitectura de muchas edificaciones.

Castilla y León fue la cuna donde este estilo comenzó a desarrollarse, por ello, cuenta con algunas de las joyas más importantes de este arte en España. Tesoros arquitectónicos que Olmedo ha reunido en un mismo parque a pequeña escala.

El viaje

A la entrada, un puesto de información marca el inicio del viaje y en él se hace entrega a los aventureros de un mapa para poder identificar cada una de las piezas a su paso por el camino que marca la hoja de ruta. 

El Castillo de Coca, primera parada en el itinerario, data del siglo XV y es una muestra de la arquitectura civil en ladrillo de la época. En él, los visitantes podrán sentirse como auténticos reyes paseando por su patio interior o como los centinelas que guardaban sus muros haciendo guardia en torreones y en la muralla. Muriel de Zapardiel es el siguiente alto, concretamente su iglesia de Ntra. Sra. De la Asunción, cuya obra tuvo lugar en el siglo XIII y es un ejemplo de la combinación entre ladrillo y mampostería que destaca por sus tres arquerías ciegas y dobladas de medio punto. En el mismo siglo, el templo de San Salvador de Toro –una de las obras más representativas del mudéjar zamorano- se erige como próximo descanso en la ruta, destacando sus tres naves y el emplazamiento frente al río que serpentea todo el recinto.

Pueden continuar por la iglesia de San Pedro en Alcazarén, de la que sólo se conserva la cabecera del primitivo edificio, de estilo románico-mudéjar, los muros barrocos y la torre; partes que se han reconstruido con exactitud en Olmedo. Y como un armónico juego de volúmenes, La Lugareja de Arévalo se erige junto al río, contando con sus 60.000 ladrillos mudéjares a escala la historia de cómo el edificio fue la antigua iglesia del monasterio de monjas cistercienses de Santa María.

A su lado, la puerta de Cantalapiedra de Madrigal de las Altas Torres nos recuerda el esplendor de aquella época, e incluso hace viajar, de alguna manera, en el tiempo, cuando por ella se cruza. Junto con tres más, las cuatro puertas conformaban los accesos al municipio y, por consiguiente, las salidas del mismo hacia las localidades de las que recibían el nombre (Arévalo, Medina y Peñaranda). De hecho, la de Medina se encuentra a tan sólo unos metros de Cantalapiedra, ambas flanqueadas con sus torreones, aunque la torre de la segunda está en mejor estado de conservación. Frente a ellas, los visitantes pueden admirar desde un alto la iglesia de San Boal de Pozaldez, un templo de finales del siglo XIII del que se mantienen la cabecera del estilo artístico original y, sobre ella, se alza la torre campanario.

Siguiendo el curso del camino, se llega a un lago en el que las fuentes hacen danzar el agua y donde, antes de tomar un pequeño respiro, se puede disfrutar de la visión de la estación de Villalón de Campos como si de una maqueta de trenes se tratase, y en la que, si se está atento, se puede ver cómo discurre por sus vías alguno de los pequeños trenes hasta llegar a un apeadero imaginario en la ermita de San Saturio de Soria, que se alza imponente y solitaria sobre las vías y, en su lugar de origen, sobre una peña de la escarpada falda de la Sierra de Santa Ana, a orillas del río Duero.

En la época de la reconquista, Cuéllar poseía dos recintos amurallados que rodeaban la ciudad y la ciudadela, y en el norte de este baluarte se encontraba la puerta de San Basilio. Su réplica, siguiente parada en el viaje, ofrece la oportunidad a los turistas de jugar a las conquistas mientras unos hacen como que atacan y los otros que defienden entre las piedras del fortín. El palacio de Pedro I en Astudillo va completando los puntos clave del mapa, y si se rebasa, lo siguiente que se encuentra es la obra cumbre del mudéjar leonés; la iglesia de San Tirso en Sahagún, de la que se representan, además de la torre, el esquema de su planta basilical de tres naves.

Los tres altos por los que continúa el camino llevan a los gigantes del parque hasta Olmedo, donde podrán admirar la iglesia de San Andrés, el monumento a la Virgen de la Soterraña –patrona del municipio que la guarda y de los Siete Pueblos de Villa y Tierra- y, por último, junto a una zona de columpios, la estación de la localidad, en la que, al igual que en Villalón, se puede ver el paso de las distintas locomotoras.  En la Villa del Caballero aún quedan dos joyas del mudéjar que ver, pero antes hay que pasar por el centro religioso de San Juan Bautista en Fresno el Viejo, una maravilla visual que invita a visitar la de tamaño real para poder admirarse con todo su esplendor; y de nuevo en Olmedo, los viajeros pueden ver el máximo exponente de esta corriente artística en Valladolid, la iglesia de San Miguel, y la Fuente de Caño Nuevo, que van cerrando el itinerario.

Por último, pequeños y mayores tiene la posibilidad de subir hasta lo alto de la Torre del Homenaje del Castillo de la Mota de Medina del Campo, así como pasear por su patio y sus muros, de origen árabe, como hicieron los auténticos Reyes Católicos; y para acabar la aventura al centro del mudéjar, un palomar típico castellano cierra el recorrido, dejando a los turistas con ganas de volver a empezar o de preparar las maletas para visitar a los homónimos reales y recorrer Castilla y León a través de la historia de sus joyas arquitectónicas.