Una subasta centenaria para honrar a la Virgen de las Angustias
El 9 de febrero las calles de Arévalo se engalanan para venerar a su patrona evocando tradiciones antiguas y encomendándose a su protección
“¿Alguien da más?”. ¿Quién no identifica esta frase como marca insignia de las subastas? Pues en Arévalo no sólo lo relacionan con esta particular forma de venta, sino que la frase, junto al método al que se refiere, es propia también del 9 de febrero, día en el que los arevalenses se visten de gala para honrar a su patrona y, tras la misa y procesión, celebran una singular puja de productos típicos cuyos beneficios se destinan al culto de la Virgen de las Angustias.
La fecha, que a muchos llama la atención, tiene su origen en la época de la repoblación, cuando un burro transportaba una imagen de la Virgen de las Angustias a otro lugar y, al llegar a Arévalo, se cayó muerto. Este hecho, que a día de hoy podría pasar inadvertido, se vio como un «acontecimiento providencial» de que la Virgen quería quedarse en la localidad. Era un 9 de febrero y, desde ese momento, comenzó a celebrarse la fiesta ese día, dando lugar a una tradición muy arraigada en el municipio y que en la actualidad se vive con el mismo fervor que entonces.
Ricardo Guerra, cronista de la villa y Mayordomo de Relaciones Institucionales y de Archivo de la Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias, explica que la subasta comenzó a celebrarse en el siglo XIX con el objetivo de recaudar fondos para el culto de la patrona. «Es un sistema con más de doscientos años que ni siquiera las inclemencias del tiempo han conseguido detener», señala.
Esta característica práctica reúne a todos los vecinos en la plaza Mayor tras la misa y procesión correspondientes, concentrando al público a los pies de un escenario improvisado en el que van pasando distintos productos tales como gallos, conejos, palomas, tostones (a veces asados y otras vivos), frutas, postres y dulces, así como donaciones más especiales como cuadros o décimos de lotería. «La subasta empieza a la una y no termina hasta que el último de los elementos cedidos es vendido», apunta y añade que, como anécdota de esta tradición, el periodista arevalense y fundador de la Escuela de Periodistas, Emilio Romero, «era un gran devoto y siempre pujaba por gallos de corral que después donaba a entidades benéficas como el convento o la residencia de ancianos».
Iluminación nocturna
Como símbolo de luz y purificación, los vecinos de Arévalo encienden una hoguera el día de la víspera, cuando se celebra la misa de Difuntos y se canta la Salve popular. Un fuego alrededor del cual se congregan los vecinos para calentarse al calor de sus brasas y henchirse con lo que sus llamas representan.
Además, no sólo tiene un significado puramente religioso, sino que es una forma de recordar cómo antiguamente, cuando no había luz en las calles, las plazas principales se iluminaban con diferentes hogueras que alumbraban la noche e incluso sus rescoldos servían a los vecinos para llenar los braseros y calentar sus hogares.
Según cuenta Guerra este acto es también un momento «festivo», pues si el tiempo lo permite «la plaza se llena y en ocasiones hay música e incluso alguna asociación hace chocolate caliente para pasar mejor el frío».
Así, entre luz, cantares, devoción procesionada y una subasta en beneficio de la patrona, los arevalenses celebran el día que antaño marcó la caída de un burro y que se hay convertido en símbolo principal de las tradiciones y de las creencias de la localidad.