Muros de historia en torno a Santa Teresa
De ladrillo rojizo y a la sombra de una fría calle adoquinada; de pequeñas hornacinas y humildes pórticos, se alza impasible, desde el siglo XVI, la que fuera la segunda fundación de Santa Teresa de Jesús. Desapercibido a simple vista, las paredes de este convento entrañan historia y rezuman alma, y sus muros relatan cómo hace casi quinientos años, una monja adelantada a su tiempo inició una reforma que cambiaría la historia del catolicismo en España. Ubicado en la calle que lleva el mismo nombre de la santa, el convento de San José es historia viva de lo que la reforma de las Carmelitas Descalzas supuso en la localidad de Medina del Campo.
De boca del medinense José Antonio Herranz, responsable de las visitas a la clausura, los turistas se sumergen en un viaje en el tiempo a través de los siglos y entran en un portal que los transporta al momento de la fundación, una noche de agosto de 1567 en la que, mientras fiesteros y menesterosos pululaban por el municipio, y una manada de toros atravesaba las calles preparándose para el encierro del día siguiente, un grupo de cuatro monjas y un sacerdote, cargados de enseres, se encaminaban hasta la que desde esa noche sería la segunda fundación de las Carmelitas Descalzas.
Y fue a la hora del crepúsculo cuando, escobas en mano, las hermanas se arremangaron los hábitos y comenzaron a arreglar aquel espacio que albergaría la nueva sede carmelitana. Tierra y barro fue lo que las monjas limpiaron en ese portal, adecentaron como pudieron las paredes de adobe y ladrillo que aún estaban en pie y les pusieron tapices, mientras la luz de la luna iluminaba sus trabajos ya que, para más inri, a aquella sala también le faltaba medio tejado. Pero todos esos inconvenientes y otros no pararon los pies a Teresa que, entre las cinco y las seis de la mañana, hizo llamar al escribano para que esa misma noche levantara el acta de fundación del nuevo monasterio, mientras ellas lo inauguraban con la primera misa. «Yo pasaba harto penosas noches y días porque, aunque siempre dejaba hombres que velasen el Santísimo Sacramento estaba yo con cuidado si se dormían y así me levantaba a mirarlo de noche por una ventana que hacía muy clara luna y podíamos bien ver». Así relata la santa, en su libro ‘Fundaciones’, algunas de las vicisitudes que pasó los primeros días en ese nuevo convento, ya que debido al estado de la estancia, ella vigilaba a través de un ventanuco, que hoy corona la sala, para que no les robasen el Santísimo, ya que eso hubiera supuesto el fin de la fundación.
Primeros encuentros
José Antonio también explica como ese habitáculo, que sería el inicio de toda una vida de devoción carmelitana, fue también el lugar en el que se dieron encuentros tan especiales e importantes como el que tuvo Santa Teresa con San Juan de la Cruz.
En ese momento, la capilla también hacía las veces de locutorio –ocupación con la que se quedaría cuando se trasladó la capilla-, y fue en ese confesionario donde Teresa se encontró, después de dos meses de la fundación, con un joven Juan de la Cruz, que volvía a su pueblo natal después de haberse ordenado sacerdote. Y tal fue la sintonía entre ambos que San Juan no dudó en unirse a Teresa para enrolarse en el barco de las fundaciones y poner en marcha junto a ella la orden masculina de carmelitas descalzos, que serviría de apoyo a la de las monjas.
De hecho, la relación entre ambas santidades era tal, que la madre de San Juan, que vivía al comienzo de la calle en la que se encuentra el monasterio, está enterrada en el convento, dentro de la clausura, junto a la madre priora que sucedió a Santa Teresa.
Celdas centenarias
Las puertas de este convento, que tuvo que remar contra la corriente de una gran oposición para salir adelante, se habían mantenido selladas desde el día de su fundación, y únicamente sus habitantes sabían cuáles eran los secretos que sus muros entrañaban. Pero fue en 2015 cuando, con motivo del quinto centenario del nacimiento de la santa, las monjas decidieron abrir las puertas de su parte más antigua a los visitantes y acercar así la figura de Santa Teresa y San Juan de la Cruz a todo aquél que deseara conocerlo. Un hecho muy llamativo ya que, de las diecisiete fundaciones, la de Medina del Campo es la única que permite a los turistas entrar a la clausura.
Las monjas carmelitanas vivieron durante un siglo en las estancias originales de la fundación y, cuando decidieron trasladarse a celdas nuevas, cerraron y sellaron las antiguas, de tal forma que estas se han mantenido imperturbables durante cinco siglos, para que el visitante pueda ver y sentir cómo era la vida en el convento durante el siglo XVI.
Herranz abre las puertas de esas celdas centenarias y cuenta cómo dichas alcobas se extendían a lo largo de todo el monasterio hasta llegar a la que fuera la habitación de la propia Teresa. Humildes y sencillas, los aposentos de las monjas sólo disponían de un candil, una taza y una jarra; objetos para el aseo, una benditera, una cruz de celda, un huso para hilar y un camastro de madera con un jergón de paja. De hecho, tal es el nivel de conservación de estos espacios que hasta la cal de sus paredes evocan los suspiros de las religiosas que un día las habitaron. Una experiencia que hace que al visitante se le ponga la piel de gallina.
Además de los aposentos de las carmelitas, la visita también acoge el paso por la celda que perteneció a Santa Teresa. Una sala que las monjas modificaron en 1682, año en el que se cumplió un siglo de la muerte de la santa. Para esta fecha, lo que las hermanas hicieron fue convertir su habitación en una capilla privada, en la que venerar a esta deidad, y una de las hermanas se encargó de pintar sus paredes con flores, frutas y pajarillos. Asimismo, incorporaron una cúpula al dormitorio de Teresa y lo decoraron con ángeles tocando instrumentos, todo ello para crear lo que ellas llamaban «un abreviado cielo para Teresa». Del mismo modo, engalanaron las paredes con cuadros teresianos y reliquias, y colocaron una estatua de su hermana Teresa presidiendo la estancia. Tal es el estado de conservación de este espacio que el suelo aún es el que pisó Teresa. Un suelo en el que ella acostumbraba a sentarse a escribir, puesto que las celdas carecían de mesas ni sillas en las que poder apoyarse. Así, en los días más fríos, la santa utilizaba una tabla para aislarse de la frialdad, y que hoy es una de las reliquias que se atesoran en los aposentos de la santa.
Museo de reliquias
Además de cuartos en los que se respira historia, el guía del convento también enseña una de las dependencias más importantes de la visita, no por lo trascendental de sus cuatro paredes, sino por las reliquias y documentos históricos que entre ellas se guardan. Esta primera sala de la visita es una vuelta al pasado de la mano de objetos como el sudario con el que se tapó a Teresa el día de su muerte o la campanilla que tocó el día de la fundación, pero sobre todo por los documentos que se conservan en ella. Documentos tales como el libro de cuentas del convento, escrito de puño y letra por la santa o el elemento más interesante en la historia de la religiosa, el escrito ‘Cifra de la muerte’; un texto que recoge, como su nombre indica, la fecha en la que Dios le había revelado a Teresa que se iba a reunir con él y que ella utilizaba de marca páginas de su libro de oraciones, lugar donde se encontró cuando ella falleció.
Las Carmelitas Descalzas en la actualidad
Los conventos que fundó Santa Teresa estaban pensados para 13 monjas, que luego se ampliaría a 21. Hoy día son 16 las hermanas que conviven en la clausura del convento de San José en Medina del Campo. Dieciséis mujeres que dedican su vida a la entrega a Dios y al estilo de vida que Teresa les enseñó.
Estas monjas representan lo que la santa quería para sus conventos; «mujeres con vocación que estuvieran dispuestas a crear una pequeña familia dedicada a la oración y al conocimiento», tal y como lo expone Nora de Jesús, la actual madre priora. Además, a estas declaraciones Herranz añade que Teresa quería monjas formadas, que supieran hacer de todo y que no sólo se dedicaran a rezar. De hecho, la santa quería que en todos sus conventos hubiera una biblioteca para que las hermanas pudieran estudiar. En palabras del responsable de las visitas, «Teresa era una adelantada a su tiempo y, estoy seguro, de que hoy hubiera sido una feminista con mucha fuerza y una enérgica defensora de los derechos de la mujer».
Juegos en honor a la Santa
La madre priora cuenta risueña cómo las hermanas tienen un juego en honor a la Santa. Este divertimento consiste en que, la noche del 14 de agosto, las monjas ponen una escoba en las manos de la santa, representando así la noche que Teresa y las hermanas del convento de San José de Ávila pasaron limpiando lo que sería el nuevo monasterio de Carmelitas Descalzas. Y en la mañana del 15 juegan a ver quién es la primera monja en levantarse y correr a quitarle la escoba a la santa. La que lo consiga tiene que tocar una campanilla como lo hizo Santa Teresa en el momento de la fundación.
Sin embargo, Nora de Jesús confiesa que ya llevan unos años sin poder hacerlo, debido a la elevada edad de la mayoría de las hermanas. Pero lo que sí que mantienen es ir de comunidad a agradecer a Santa Teresa la fundación, cantándole el mater Teresia. «Es un día muy especial y de mucha fiesta para nosotras».