Los quintos de Castronuño, trovadores a caballo

Los quintos de Castronuño, trovadores a caballo

Desde los años 30, los jóvenes de este municipio se presentan en verso al resto de vecinos en el ‘Domingo Gordo’ o Domingo de Carnaval, siendo esta la tradición más antigua de la localidad

Con un mantón en el torso, sombrero cordobés en mano, los quintos de Castronuño suben a lomos de sus caballos para presentarse en sociedad. El domingo de Carnaval o, más bien, ‘Domingo Gordo’ -como ellos lo llaman-, los jóvenes que cumplen la mayoría de edad durante ese año echan sus versos a la concurrencia, en una tradición que supone su debut como adultos ante familiares, amigos y vecinos. Como los soldados cuando marchaban a la guerra –pero en su versión más moderna-, los jóvenes castronuñeros recorren al trote las calles del municipio a ritmo de charanga, atravesando un pasillo de gentes que, en vez de tirar flores a su paso, vitorean las odas a la juventud y al origen de su familia que, desde lo alto de su corcel, recitan en tono humorístico.

La tradición de ‘los Quintos’ se remonta a finales del siglo XVIII, cuando Carlos III dictaba las reales ordenanzas del Ejército montado a caballo y mirando a la Puerta de Alcalá, una orden del Estado que, años más tarde, se conocería como la mili. Ante la incertidumbre por saber si volverían a casa y si lo harían sanos y salvos, los llamados a filas implantaron, en sus respectivas localidades, formas de festejar su marcha y despedida. Esta costumbre, que a día de hoy sigue muy arraigada en los pueblos de la zona, ha evolucionado de manera que, aunque el servicio militar haya desaparecido, lo que ella representaba ha perdurado en el tiempo, incluyendo en los festejos a las chicas que cumplen la mayoría de edad.

En el caso de Castronuño, los primeros versos registrados se remontan a los años 30, aunque según el alcalde de la localidad, Enrique Seoane, «podría ser anterior», coronándose esta como la tradición más antigua de la villa. «Se trata de una especie de presentación en sociedad por la que hemos pasado todos los castronuñeros. Lo hicieron nuestros abuelos y padres, después nosotros y ahora nuestros hijos», explica el regidor, y añade que es un momento «muy especial» en la vida de los jóvenes.

Del gallo al avión

Cada Domingo Gordo, los vecinos de Castronuño saben que ha llegado un día grande. La tradición dice que los quintos, montados a caballo, y ataviados con un pañuelo o mantón y un sombrero engalanado con cintas, tienen que presentarse ante el resto de vecinos del pueblo. Pero no lo hacen de cualquier manera, sino que como si de trovadores se tratasen, recitan su vida en verso o ‘echan el verso’, como les gusta llamarlo allí.

En estos poemas, cada uno de los jóvenes cuenta la historia de su vida, la procedencia familiar, sus anécdotas personales o las que han pasado en el municipio en los últimos tiempos, así como una pizca de crítica social, y todo ello siempre en tono de humor. El ritual culmina cuando, una vez echado el verso, cada uno de los quintos ‘corre las cintas’, una costumbre que consiste en, al galope, coger unas cintas de colores que están colgadas de un avión antiguo suspendido en el aire. «Esas cintas se dedican a familiares o amigos, y uno de los mayores honores de la fiesta es que te dediquen una y luego te la cuelguen al cuello», revela el alcalde.

Esta fiesta se ha ido adaptando a los tiempos, ya que, en sus orígenes, lo que se corrían tras los versos eran los gallos. «Se colgaban gallos boca abajo y se les cortaba la cabeza para luego cocinarlos», esclarece el primer edil, quien aclara que esta práctica se sustituyó en los años 50, cambiando los gallos por un avión de madera con cintas. Seoane comenta que ya que nada tienen que ver las composiciones de los quintos de los primeros años con las actuales. «En aquellos tiempos la censura no dejaba decir algunas cosas y, mediante picaresca, los vecinos utilizaban los versos para decir aquello que, de otra manera, hubieran supuesto un problema», admite. Además, aquellas juventudes echaban sus versos a los gallos, utilizándolos a modo de ‘peleles’ y contándoles sus pensamientos prohibidas. «Era una forma de rebeldía contra el sistema», puntualiza el regente.

Sin embargo, la práctica de los gallos se dejó a un lado, y este animal ha quedado como un elemento gastronómico de la fiesta. Cada quinto aporta un gallo que se cocina en su familia para invitar a los vecinos, y el sábado antes del gran día los quintos se reúnen para cenar gallo todos juntos y practicar los versos ante sus amigos.

¿Jóvenes poetas?

Enrique Seoane explica que los versos no están hechos por los propios quintos, sino que en el municipio existe la figura del versador, una persona encargada de elaborar los poemas que luego los trovadores relatarán a los asistentes. Aitana Martín, una de las quintas que este año se enfrentará a su presentación en sociedad, admite que no se da el suficiente protagonismo a estas personas, «y tienen mucho mérito», ya que tienen que ir a la casa de cada quinto a que este le cuente qué quiere decir, y con ello hacer el verso. «Creo que tienen una labor muy complicada y que sería bueno darles el reconocimiento que merecen», señala la joven.

«Es algo que esperas desde pequeño y si cuando eres quinto no lo vives siempre te va a quedar una espinita en el corazón»

Aitana cuenta que, en su caso, se lo ha hecho Miguel, un amigo de su familia, pero que en el pueblo existen otras personas que se dedican a esta tarea, como Don Periles o el propio alcalde, y que, dependiendo del número de quintos y de los versos que tengan que elaborar, pueden tardar más o menos tiempo. «Yo le conté a Miguel lo que quería en septiembre, y como somos pocos lo ha hecho con tranquilidad y me lo entregó antes de Navidad», declara, y advierte que lo complicado no es aprendérselo, «es tu vida y no van a escribir nada que tú no sepas ya», sino que el reto está en la entonación de los versos, «tienes que saber en qué momento dar los golpes para hacer reír y que se entienda».

Además, la quinta explica que, para ella, la mejor parte es la de ir a caballo, ya que lleva montando desde los 6 años, y desde niña prometió que su caballo pisaría por primera vez el Pago de Carretejal –emplazamiento en el que tiene lugar la fiesta- con ella y, aunque se lo han pedido en repetidas ocasiones, nunca se lo ha dejado a nadie.

Imán de curiosos

Este singular festejo seduce cada año a personas de diferentes partes del país, que se acercan atraídos, unos por la curiosidad y otros por la familiaridad con alguno de los quintos.

En esta ocasión, los quintos que echarán el verso son aquellos que cumplen 19 años, ya que, debido a la pandemia, no pudieron hacerlo el año pasado. Seoane revela que seguirán celebrándolo de este modo hasta que, dentro de unos años, se llegue a una quintada en la que sólo hay un chico. «De esta manera no se pierde ninguna quinta, y cuando lleguemos a la de este muchacho él no estará solo, y después volveremos a hacerlo a los 18 años».

El regidor manifiesta que esta tradición es uno de los días «más especiales» en Castronuño, y anima a todo el mundo a visitarles para ser testigos de una de sus costumbres más preciadas. Asimismo, considera que es una experiencia «única» para los castronuñeros, argumento que apoya Aitana, quien asegura estar igual de nerviosa que emocionada, «es algo que esperas desde pequeño y creo que si cuando eres quinto no lo vives, siempre te va a quedar una espinita en el corazón».