La travesía de los pinos horquilla y el río Pirón

La travesía de los pinos horquilla y el río Pirón

La Senda Real de las Merinas en la localidad de Íscar muestra, a través de 12 kilómetros, la tradición de la trashumancia, así como vestigios de culturas pasadas y el encanto de la naturaleza en la villa

Ni frías, ni calurosas, las mañanas en esta época del año son ese punto de inflexión entre el invierno y la primavera. Días en los que la pronta aparición del sol por el este hacen que los termómetros ya superen las temperaturas bajo cero y las jornadas matinales de fin de semana se conviertan en los momentos idóneos para salir a conocer los pueblos de la zona mediante las rutas y senderos que los rodean.

Por ejemplo, un buen destino para estos días puede ser Íscar y su Senda Real de las Merinas, donde la tradición de la trashumancia y los distintos secretos que se esconden en el camino entre pinos y cipreses se unen para ofrecer al caminante una perspectiva hermosa de lo que los masas boscosas y la naturaleza pueden formar cuando la mano del hombre no actúa.

Con salida desde el área conocida como Puente Blanca y a través de doce kilómetros que discurren por el monte público del Pinar del Concejo y el de Santibáñez, esta ruta plantea el paso por la que fuera la Cañada Real de Iscar cuando el pastoreo en continuo movimiento buscaba la productividad cambiante de los pastos en las distintas estaciones del año. Así, sin prisas y con la calma de los ecos de la naturaleza, el camino se abre paso por medio de la frondosidad que los pinos horquilla proporcionan.

Estos singulares árboles llaman la atención de quienes pasan a su lado, pues como brazos que se abren, su tronco se divide en dos y hasta en tres ramificaciones, dando lugar a esa particular forma de horquilla que, en ocasiones, da lugar a cosas curiosas como que en el centro de los mismos aparezca un nuevo pino.

Pero esta no es la única sorpresa que los andarines pueden encontrar a su paso, pues si continúan por el recorrido circular lo siguiente que van a hallar es un tramo denominado ‘el vivero’. Un bulevar en medio del campo acordonado por dos hileras de cipreses que se cree que fueron plantados bajo esta disposición para criar este tipo de árboles, quizás para usos medicinales, ya que existe la creencia de que esta variedad ayuda a reducir la sensación de pesadez en las piernas y favorece la circulación.

Y si hasta ahora el paisaje no los ha encandilado del todo, sólo tienen que esperar a llegar al tramo junto al río Pirón –cuyas primeras citas las encontramos en 1116 como Pirum y en 1123 como Pirone-, pues este caudal discurre por la localidad hasta su desembocadura en el Cega, en un punto denominado ‘la Nariz’, pero lo más bonito de caminar por su margen es que, en las mañanas en las que la primavera se quiere abrir paso, pero las bajas temperaturas del invierno todavía se aferran, las brumas y el vapor que emergen de sus aguas evocan una imagen bucólica que más bien parece que se encuentren en una ensoñación que en el medio de la naturaleza.

La fauna también es uno de los puntos fuertes de este sendero, ya que si se está atento, entre pinares se puede atisbar algún que otro corzo, solo o en familia, pero también distintas aves como el martín pescador, el petirrojo, la garza, el ruiseñor, el ánade real… así como culebras, barbos, cachos y bermejas, entre otros, en las riberas.

Pero esto no acaba ahí, pues no se puede pasar por alto la fuente romana que se encuentra en el monte público de Santibáñez, ya que este espacio toma su nombre de un antiguo yacimiento arqueológico en el que se hallan vestigios de una gran diversidad de épocas de ocupación en la zona, como la era del Bronce Medio o la Edad de Hierro; además de la época Romana, Visigótica, y el Bajo Medieval, hasta su despoblación en el siglo XVIII.

Finalmente, después de esta travesía en la que se ha disfruta del conjunto de elementos que le dan el toque especial al sendero, los caminantes pueden regresar a la localidad bien siguiendo el resto del circuito o, por el contrario, tomando alguno de los caminos que, a su paso, van apareciendo para llevarlos a distintos puntos de Íscar y, una vez allí, y si todavía tienen ganas de seguir impregnándose de este municipio, pueden visitar el castillo, el Museo Mariemma o simplemente pasear por sus calles y disfrutar de su gastronomía.