La chispa de los Pegotes incendia el corazón de Nava
El 30 de noviembre y el 8 de diciembre la localidad realiza la bajada y subida, respectivamente, de la Virgen de la Concepción, y celebra una fiesta gastronómica relacionada con la castaña y el vino rancio
Como una luz que aparece en la penumbra; como un halo de esperanza que revitaliza el alma, las hogueras de Nava del Rey iluminan las calles con la devoción de sus feligreses desde el año 1745, y lo que comenzó como una solución tras una tormenta se ha convertido en un símbolo que cada año alumbra el paso de su patrona, prendiendo la chispa de los pegotes que incendia el corazón de los navarreses.
Cuenta la historia que, allá por el siglo XVII, en Nava del Rey se veneraba a la Virgen de la Concepción bajo los sobrenombres de Virgen de la Cuesta o del Pico Zarcero –apelativos dados por el lugar donde se alzaba la ermita que le daba cobijo-, y que se celebraban numerosas procesiones y rogativas para encomendar las cosechas a su voluntad divina. Sin embargo, un siglo más tarde, el Ayuntamiento la nombró patrona y decidió celebrar, de manera anual, un novenario en su honor del 30 de noviembre al 8 de diciembre, descendiendo la imagen hasta la parroquia de los Santos Juanes el día 6 en solemne procesión. Pero este propósito se vio truncado en su primer intento, pues justo antes de esa primera celebración se declaró una tormenta que obligó a retrasar la procesión unas horas.
Cuando la calma volvió a reinar en las calles la noche ya había caído, pero el fervor de los habitantes era tal que, para que su virgen pudiera salir, sacaron todo aquello que tenían en sus casas para calentarse y levantaron una hilera de hogueras a lo largo de la calle principal de la localidad, alumbrando así el camino para la Concepción, y por si la luz de esos fuegos no fuera suficiente, con un palo y lo que se conoce como la pez hicieron los llamados pegotes para iluminar el paso de la imagen y guiarla hasta su destino. Unas antorchas que la patrona asumió como apelativo, convirtiéndose en la Virgen de los Pegotes, y que son la marca insignia del municipio de la que los vecinos hacen gala con orgullo.
Carruaje celestial
Durante un siglo, la imagen –ubicada durante el año en la ermita del Pico Zarcero, a las afueras del pueblo- descendía a la iglesia en andas o en un carruaje cedido por los vecinos, hasta que una de las familias pudientes, la familia Pino Rodríguez, costeó la fabricación de un coche de caballos que llevase a la talla hasta la iglesia de los Santos Juanes.
Este vehículo se ha mantenido hasta la actualidad, y al igual que se hacía en aquella época, es tirado por mulas –animales de labranza por excelencia- y dirigido por muleros que encabezan la comitiva, mientras en su interior, la imagen es escoltada por el párroco, la alcaldesa y un descendiente de los Pino.
La festividad, que canta a la devoción de todo un pueblo, era tan especial e importante para los navarreses que, como obsequio a esos conductores, el Consistorio los obsequiaba con un puro y los vecinos calentaban su trayecto ofreciéndoles vino rancio para luchar contra los vientos invernales de noviembre, dos costumbres que se han mantenido con el paso de los siglos y que se reproducen año a año, al igual que la indumentaria que caracteriza a los muleros, pues estos personajes llevan unos singulares pañuelos en sus cabezas para protegerse de las morceñas que sobrevuelan las hogueras.
Así, con los muleros preparados y los vecinos ansiosos, a las siete de la tarde del día 30, la calle Manuel Salvador Carmona arde con el fuego de las hogueras que se extienden a cada lado de la vía, y entre el humo que baila y se trenza en el aire de lumbre en lumbre, las pequeñas luminarias portadas por niños abren el paso al carruaje de la patrona, que fluctúa entre el humo como una aparición celestial rodeado de devotos que entre vivas y cánticos ensalzan el avance de su Señora.
Y es que más de cuarenta vivas son los que tienen los navarreses para ensalzar a su virgen, entre los que destacan algunos como: “Viva la madre de Dios”, “Viva la Virgen de los Pegotes”, “Viva la madre de todas las madres”, “Viva la madre de los ausentes” o “Viva la pura y sin mancha”; vítores que se unen a la salve que se entona cuando la talla llega a la iglesia y el himno de la Virgen –compuesto en los años cincuenta- que se canta ambos días como bienvenida y despedida.
Pero antes de devolverla a su ermita, los vecinos honran a la patrona con un novenario que tienen lugar a las 19.30 horas, misas que, como admite la alcaldesa de la localidad, Blanca Martín, «tienen una gran afluencia».
En ambos trayectos, es costumbre realizar una parada a las puertas del cementerio, ya que se aprovecha para rezar a los muertos antes de llegar a las calles principales del municipio; aunque ese alto no es la única tradición que se une al compendio de elementos de esta fiesta, pues además de honrar a la Virgen, los habitantes de Nava del Rey también celebran en estos días unas jornadas gastronómicas relacionadas con la castaña y con el característico vino rancio de la localidad, de tal forma que, tanto en la subida como en la bajada, se colocan varios puestos en el recorrido con estos productos, y al finalizar ambos eventos se ofrece una degustación de las mismas en la Casa de Cultura, lo que se suma a los pinchos que preparan los hosteleros locales.
De padres a hijos, la devoción hacia la Virgen de los Pegotes pasa de generación en generación entre los navarreses, que aunque vivan en otras ciudades no se pierden esta cita, ya que el sentimiento que profesan por la patrona es tan fuerte que desde niños ya sienten su protección cuando sus padres los llevan de pequeños a tocar el manto. Martín explica que la virgen, el carruaje, los muleros, el vino, las castañas y el fuego de piras y antorchas son una serie de componentes que se unen para dar pie al símbolo de la unidad de un pueblo, pues según dice, «vayas más o menos a misa, la patrona es la patrona, y todos los elementos que la rodean hacen de la fiesta un atractivo y acrecientan la creencia de los devotos».