El niño y la rosquilla, un Domingo de Resurrección diferente
Valdestillas culmina su Semana Santa con una emotiva procesión en la que un vecino de la localidad devuelve su hijo a la Virgen
El repique de las campanas comienza a llenar las calles de Valdestillas, llamando con su ding-dong a los fieles, que se apresuran en terminar de acicalarse para estar puntuales en la iglesia. No se pueden permitir llegar tarde a la cita, ya que hoy tiene lugar una de las procesiones más especiales y emotivas de la Semana Santa de la localidad. Porque, aunque el Domingo de Resurrección es una festividad nacional y en todas partes se celebra con el encuentro entre madre e hijo resucitado, en este municipio vallisoletano el hijo regresa a los brazos de su madre en forma de infante y de la mano de uno de los vecinos del pueblo.
El evento da comienzo a las 11.00 horas, momento en el cual hombres y mujeres salen por la puerta de la iglesia de Nuestra Señora del Milagro portando a hombros la imagen de la Virgen, que hace su aparición a la luz de la mañana atravesando el gran pórtico de madera con el rostro cubierto por una mantilla negra. El luto se refleja en sus ojos, que entre las aberturas del tejido que cubre su cara parecen brillar por el resbalar de sus lágrimas.
Con paso lento, los feligreses inician la procesión, que recorre la plaza de la iglesia para colarse por una callejuela que desemboca en la plaza de la Constitución, frente al ayuntamiento. Aquí el paso se detiene, los portadores posan la imagen en un pequeño altar en el suelo, el silencio se apodera de los presentes y hasta los pájaros hacen un alto en su piar, respetando así el luto de la Madre. Mientras, los vecinos comienzan a agruparse en torno a ella.
Es ahora cuando llega el momento más especial de este día; la hora de quitarle el luto a la Virgen y revelarle que su hijo ha resucitado. Las principales autoridades de la villa toman sus bastones de mando, y el alcalde y la juez de paz retiran con ellos la mantilla, descubriendo poco a poco el rostro de pureza que se refleja en la imagen. Pero la singularidad de este evento no es la retirada del velo sino que, acto seguido, un vecino o vecina del pueblo devuelve la alegría al rostro de María.
Ante la atenta mirada de los vecinos, que cantan el Regina Coeli -un aleluya a la resurrección del mesías-, la persona encargada de esta tarea se acerca hacia la talla, levanta las manos de la Virgen y coloca en su regazo al niño Jesús, devolviendo, no solo la luz a los ojos de la imagen, que parecen dibujar una sonrisa de alegría, sino también el hijo a la madre que lo creía perdido y dando lugar al momento más emotivo de este día. Con este acto, el responsable de poner el niño busca la protección de la patrona, por ello, muchas veces se cede el puesto a personas enfermas, para que le pidan salud y una pronta recuperación.
Tras la puesta del niño, uno de los panaderos del pueblo cuelga una rosquilla de palo grande de las manos de la virgen a modo de ofrenda. Una vez acabado este ritual, las campanas retoman su bamboleo, y el ding-dong de llamada que se escuchaba a primera hora de la mañana cambia por completo su melodía, tocando esta vez un ritmo alegre para celebrar que Jesús ha resucitado.
Pero el acto aún no ha terminado. De la iglesia comienza a salir otra imagen, también a hombros de cuatro valdestillanos. Se trata del Cristo Resucitado, una talla en la que se representa al Mesías avanzando hacia su madre, ataviado con una sábana blanca y con una cruz de forja dorada en la mano, en la que cuelga un estandarte con tonos blancos y oro. Los portadores acercan las dos imágenes para que se encuentren y, tras unos minutos en los que se sostienen la mirada admirando el milagro, ambos se encaminan de nuevo hacia la iglesia para dar paso a la misa.
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