Crónica de… Una historia con rima consonante
Miguel Vázquez lleva desde los 17 años elaborando las poéticas presentaciones de los jóvenes que cumplen la mayoría de edad en Castronuño y que se plantan ante la concurrencia para ‘echar el verso’ en el Domingo Gordo
Influenciado por Espronceda, pero también por los trovadores locales Reinaldo, Marcelino y Periles, Miguel Vázquez es uno de los principales versadores de Castronuño y, con su lírica y su prosa, cada año elabora rítmicos y sonoros versos que el Domingo Gordo los quintos se encargan de recitar ante los vecinos.
Amante de las rimas consonantes, con picardía y perspicacia fusiona la vida de los jóvenes rapsodas con la actualidad del momento en la localidad, dando lugar a composiciones enfáticas y grandilocuentes que no dejan indiferente a quienes las escuchan, dejando en todas ellas su particular e impalpable marca de agua.
Con un don como ninguno, para Miguel su capacidad de concordar estrofas le viene de su pasión por la poesía –siendo el autor de ‘Canción del pirata’ uno de sus autores favoritos-, un gusto que le hizo, a sus 17 años, lanzarse a realizar el primer verso para uno de los quintos de su localidad natal, lo que lo catapultó a repetir el proceso en los años posteriores, otorgándole el título de versador del que no muchos eran merecedores.
Quintada a quintada, las odas de Vázquez cada vez eran más famosas, y así, en cada edición toma el encargo de amigos y familiares cercanos que confían su carta de presentación a la imaginación del juglar. Eso sí, nunca coge más de tres peticiones, ya que a su modo de ver, el cúmulo lo «satura» y coarta su originalidad.
Y es que la creación de estas tonadas no es cuestión de sentarse a escribir, pues el proceso comienza por una previa entrevista con los muchachos que en ese año cumplen la mayoría de edad para que hagan una especie de ‘confesión’ en la que cuentan a Miguel su vida. «Peripecias, anécdotas y picias que hacían de pequeños e incluso ahora de mayores. Siempre les pido que me cuenten de más, para que cuando me ponga a trabajar pueda elegir y ver qué es lo que queda mejor versado y puede gustarle más a los oyentes», explica, y a modo de chascarrillo apunta que hay vivencias de las que los padres no saben nada y se enteran justo el día de la presentación.
Claves del verso
A diferencia de lo que dice el dicho, al versador la inspiración no le suele pillar trabajando, ya que según admite, las ideas se le agolpan en cualquier momento excepto cuando su firme propósito es hacer el poema. De hecho, algo que se repite durante el proceso creativo es que las musas lo asaltan cuando Morfeo está a punto de tomarlo en sus brazos, lo que le hace levantarse de la cama y tomar papel y lápiz para apuntar las ideas antes de que escapen.
Así, con énfasis en buscar el buen entendimiento y el agrado de quienes escuchan, los versos de Miguel tienen un orden claro. Comienzan con el saludo, en el que los quintos, en lo alto de sus corceles y ataviados con la indumentaria propia del evento –camisa blanca, mantón o pañuelo en el torso y sombrero cordobés con cintas-, se presentan; acto seguido cuentan si estudian o trabajan, la historia de su niñez o la de alguno de sus familiares, y terminan con la dedicatoria de las cintas a algún ser querido.
Sobre este último acto, el lírico aclara que antes se dedicaban siempre a las novias, pero ahora eso ya casi se ha perdido. Costumbres que han cambiado como la de animar al que habla a ‘echar un trago’. «Antaño, cuando a un quinto se le olvidaba el verso, se le gritaba ¡echa un trago! y en lo que bebía le decían por dónde tenía que seguir, pero ahora se ha exagerado la costumbre, y en los diez o doce minutos que dura el recital se dice hasta seis veces, cortando muchas veces la anécdota que se estaba contando», expone Vázquez.
A pesar de estos cambios, Miguel está muy orgulloso de esta tradición, ya que todos los hijos de Castronuño la tienen tan arraigada que viven el verso desde el corazón, aunque admite que a algunos les cuesta un poco coger el ritmo de la entonación. Comenta que los versos son como una actuación ante un gran auditorio, «como un monólogo», y que no hay que caer en la tentación de cantarlos, sino que el ritmo y el énfasis se pone con la voz y el movimiento de las manos, «el verso hay que vivirlo».
«El verso hay que vivirlo»
Por ello, ayuda a los quintos a quienes les hace las coplillas a saber cómo han de contárselo a la concurrencia, de tal forma que les hagan partícipes de su historia. «En mi caso suelo hacer poemas más jocosos, pero hay otros que lo hacen más serio pero con muy buenas rimas. Lo que es fundamental es la entonación, porque puedes tener un verso muy bueno y que lo destrocen o que sea muy malo y que el desparpajo del trovador lo haga grande», así que ensaya con los jóvenes hasta que perfeccionan su técnica.
Miguel recuerda con nostalgia cuando él aprendió a hacer versos y la pasión que le ponía, y ve difícil que eso se reproduzca en la actualidad, aunque admite que las composiciones de los nuevos versadores pueden llegar, con el tiempo, a coger el mismo tono que las de aquellos que lo precedieron a él.
Mientras, él continuará siendo el autor y confesor de las citas de aquellos chicos y chicas que, con la ilusión que todos los castronuñeros ponen en este día, se convierten el Domingo de Carnaval en aedos a los que sólo les falta la cítara para acompañar las epopeyas de su vida, apostando por continuar con tradiciones centenarias que marcan el carácter de todo un pueblo.