El pastelero de Madrigal, ¿impostor o monarca?
El caso de suplantación de identidad más sonado de España sigue siendo una gran incógnita en el que la realidad se pierde y la leyenda del controvertido amor entre un supuesto rey y una monja cobra fuerza
Ni el ‘Pájaro Espino’, ni ‘Don Juan Tenorio’. Si hay una historia de amor entre alguien relacionado con la iglesia y un civil que se ha convertido en una de las más importantes y conocidas a través de los tiempos ha sido la de ‘El pastelero de Madrigal’. Y es que lejos de ser una novela de ficción romántica como las anteriores, los hechos ocurridos entre Gabriel Espinosa y Ana de Austria son tan reales como tú mismo. Un suceso del siglo XVI en el que la suplantación de identidad, la conspiración, y el amor son los elementos principales del entramado del que fueron protagonistas estas personas.
En este relato la leyenda y la realidad se mezclan, dando lugar a tantas versiones y opiniones que aún no se ha podido llegar a la verdad de los acontecimientos que tuvieron lugar en 1594. Sin embargo, lo que sí que es cierto es que estas personas existieron, y si sus planes no hubiesen tenido un trágico final podrían haber cambiado algunos de los acontecimientos de la historia de nuestro país.
Es sabido por todos que a lo largo de la historia, las guerras y sucesiones a los tronos trajeron en los reinados grandes controversias, y los bandos contrarios tramaban planes enrevesados que pudieran perjudicar a sus rivales para hacerse con el poder. Como en ellas, la nuestra también comienza con un rey desaparecido en combate y un enfrentamiento por el trono de Portugal quince años atrás.
Y es que cuando el joven monarca Sebastián de Portugal perdió la vida en la batalla de Alcazarquivir en Marruecos se iniciaron las luchas por su corona, pero también la primera de las leyendas sobre esta historia; que el rey seguía con vida, pues sus restos nunca fueron encontrados y la imaginación de aquellos que no querían un nuevo soberano –y menos uno castellano- volaron hasta lo que para ellos era la opción más lógica: un rey vivo y escondido.
Tras el suceso, el reino luso pasó a manos del tío abuelo de don Sebastián, pero la avanzada edad de este sólo le permitió gobernar durante dos años y, al morir, el heredero con más derechos era Felipe II. Como no todo el monte es orégano, esta decisión no tuvo una muy buena acogida en el país vecino, y el Prior de Crato, quien ansiaba el trono, plantó batalla al monarca castellano, pero no le sirvió de nada, ya que acabó desterrado en Francia. Sin embargo, este eclesiástico no perdió del todo sus influencias y, junto a uno de los frailes que batallaron en sus filas, fray Miguel de los Santos –quien había sido confesor en la corte de don Sebastián-, diseñó un plan con el que desbancar a Felipe II.
Y aquí es donde entró en juego el famoso pastelero, Gabriel Espinosa, Ana de Austria, una monja sobrina del rey, y el fraile que actuaría como alcahuete entre los dos; un trío que en un primer momento puede parecer un chiste o los personajes de la novela de un literato, pero que, como ya se ha mencionado, fueron reales y dieron lugar a uno de los entramados que más quebraderos de cabeza proporcionaron a la corona castellana pues, entre los tres, protagonizaron el caso de suplantación de identidad y de amores prohibidos más sonado de la historia de nuestro país con el pueblo de Madrigal de las Altas Torres como centro neurálgico y el Monasterio de monjas agustinas como escenario de los acontecimientos.
Amor de extramuros
La confluencia de los tres personajes en el mismo lugar ya es por si sola una gran incógnita, no obstante, los avatares del destino puede que los hicieran coincidir y que los hechos fueran fruto de una casualidad. Pero como en toda conspiración, las casualidades tienen alguna mano detrás que las mueve.
En el caso de Ana de Austria, la sobrina de Felipe II, llevaba en el convento de Madrigal desde los cinco años, obligada a convertirse en religiosa –sin ninguna vocación- si quería contar con los privilegios que la calidad de excelencia y el apellido Austria otorgados por su tío le daban. Pero la juventud y los deseos por ser libre y salir al exterior le hicieron fiarse de las habladurías de su confesor –que no era otro que el vasallo del Prior de Crato- quien, tras ver a Espinosa en el municipio y observar las similitudes físicas que el pastelero guardaba con el desaparecido Sebastián, convenció a Ana de que ese era su primo y un voto le obligaba a guardar en secreto su condición de rey hasta pasados veinte años, y de que una visión le había revelado que se iban a casar.
Poco a poco, monja y pastelero –entendida esta profesión en la época como una persona que hacía empanadas y pasteles de carne- comenzaron a pasar tiempo juntos, y aunque la entrada a la clausura estaba prohibida, la influencia de fray Miguel hacía que este pudiera entrar con él y verse a solas con Ana en la grada hasta altas horas de la noche. Con palabras y actos que sólo el propio Sebastián podría hacer, Espinosa fue convenciendo a la monja de que él realmente era el monarca, hasta el punto de que ella le hizo promesas de casamiento. De hecho, tal era el punto de convencimiento al que los actos de este personaje habían llegado que incluso nobles portugueses viajaban hasta el municipio abulense para rendirle pleitesía.
Para que Felipe II no sospechase nada, Ana le entregó a Gabriel un gran número de joyas y objetos valiosos para que marchase a Burgos a hacer dinero y, de paso, le trajese a un hermano perdido como última prueba de que realmente era quién decía ser. Si conseguía esto, a su regreso, ambos se escaparían a Francia y, después de casarse, viajarían a Lisboa para pedir los derechos de rey de Portugal. Sin embargo, Espinosa se fue a Valladolid, y tras acabar en un lupanar y enseñar sus tesoros, fue denunciado por una de las meretrices al alcalde de la ciudad, Rodrigo de Santillana, ya que tales reliquias en manos de un hombre de su clase no eran comunes.
Al verse apresado, dijo que las joyas pertenecían a Ana de Austria, quien se las había entregado para llevarlas a arreglar, una declaración que la monja respaldó, pero un giro de los acontecimientos hizo que comenzase el proceso más sonado de la época. Pues al borde de ser liberado, cuatro cartas del fraile y la religiosa fueron interceptadas, y el tratamiento de majestad que el pastelero recibía en ellas levantó las sospechas de Santillana quien, sin dudarlo, escribió directamente a Felipe II para contarle lo sucedido.
Desde Valladolid trasladaron a Espinosa hasta la cárcel de Medina del Campo, que por entonces se encontraba en el actual Hotel Madrid, y al fraile al Castillo de la Mota, y tras un año de interrogatorios con preguntas orquestadas por el propio Felipe II, confesiones y torturas, y sin que el pastelero admitiese nunca que él no era el rey Sebastián, el proceso acabó con la condena a la horca y al desmembramiento y exposición de miembros de ambos hombres en el pueblo en el que habían tenido lugar los hechos.
Para Ana de Austria la suerte fue mejor, ya que aunque perdió sus derechos y apellido, fue enviada a un pequeño convento de Ávila, del que salió durante el reinado de Felipe III, quien perdonó sus pecados y la convirtió en abadesa del Monasterio de Madrigal, donde vivió hasta que se fue a Burgos. Durante el resto de sus días, la eclesiástica no quiso volver a recordar aquellos acontecimientos que tanto marcaron su juventud, y se convirtió en una priora querida por todos los que la rodeaban.
Preguntas sin respuesta
Cuando el proceso de ‘el pastelero de Madrigal’ finalizó, por orden real, no se permitía investigar en torno a estos hechos, una prohibición que no se derogó hasta mediados del siglo XIX. El escritor Raúl Albarrán, quien lleva investigando sobre esta historia diecisiete años y ha publicado el libro “La sobrina del rey. Felipe II y el proceso del pastelero de Madrigal”, sostiene que las incógnitas en torno a esta historia han perseguido a todos los que se han sumergido en el mar de preguntas, leyendas y versiones que la rodean, y que aún son muchos los flecos que quedan por resolver.
Explica que la pregunta que a todos atormenta es ¿quién era realmente el pastelero? Pues aunque él aseguraba haber sido soldado, «no existe en ninguno de los registros con el nombre de Gabriel Espinosa», y la educación y cultura, así como la noción de diversos idiomas y de saber montar a caballo, además de la protección de las altas esferas con la que contaba, da pábulo a especulaciones que dicen que, si no era realmente el rey Sebastián, «podría haber sido un noble portugués o incluso algún hermano bastardo del monarca».
Por otro lado, la firma del pastelero «ha dado mucho que hablar y avivado las dudas en torno a su persona», ya que, en aquella época, los reyes firmaban como “Yo el rey”, y él lo hizo como “Yo el preso, que no es Espinosa”, un dato curioso que los investigadores no consiguen explicar. Además, “ya me llevan a morir, pues una vez ha de ser y no más”, fueron las últimas palabras que Espinosa pronunció de camino al patíbulo; una frase que sus confesores no llegaron a entender, pues no sabían si se refería a que, como rey Sebastián, su muerte sería esa y no la que creían que había ocurrido en Alcazarquivir.
Albarrán mantiene que, al igual que esos datos, siempre ha existido la incertidumbre de si el fraile y Gabriel tenían una relación previa a su encuentro en Madrigal, un dato que ni las pesquisas de la época ni las actuales han conseguido demostrar, «pero que resulta bastante probable».
“Ya me llevan a morir, pues una vez ha de ser y no más”
Otro de los datos que trajo de cabeza a Felipe II fue que, durante algunos de sus encuentros con Ana, Espinosa llevaba consigo a una niña de tres años –hija del propio pastelero y una manceba con la que llegó a Madrigal y de la que, actualmente, aún hay descendientes en Canarias-, y el monarca castellano siempre dudó de si aquella niña podría haber sido hija de su sobrina y Espinosa, un interrogante que le persiguió durante todo el proceso.
Un sinfín de preguntas sin resolver, documentos desaparecidos o incompletos, leyendas y especulaciones persiguen y envuelven el caso de ‘el pastelero de Madrigal’, tanto es así que se ha dado lugar a diferentes libros y versiones de la misma historia, de los que el más famoso es la versión de Zorrilla, ‘Traidor, inconfeso y mártir’; libros que plasman, de distintas maneras, los hechos que se cree que acontecieron. Lo que está claro es que, en este punto, lo que pudo ser cobra fuerza ante lo que realmente fue, y los ¿y si? son tantos que hacen dudar hasta al más entendido en la materia. Porque ¿y si realmente era el rey Sebastián?, ¿y si de verdad se quería casar con Ana de Austria?, ¿y si lo hubieran conseguido qué habría ocurrido?, ¿y si…?