De custodiar reos a trigo y centeno
El Museo del Cereal de Arévalo, ubicado en la antigua cárcel, hace un repaso a través de cuatro salas de la evolución y de la importancia que esta planta vegetal tiene en la comarca de la Moraña y en el municipio
Muros de piedra que guardaron a bandidos y asesinos, rejas que los custodiaron hasta encontrar su destino y paredes que aún tienen vestigios y marcas de su paso por allí. La antigua cárcel de Arévalo, localizada en las dependencias del Arco del Alcover, conforma una parte muy importante de la historia de la villa; un lugar en el que los reos de hace siglos pasaban sus días y hasta sus últimas horas antes de encaminarse al cadalso. Hoy, los prisioneros ya han quedado en el olvido, pero los gruesos tapiales todavía se dedican a la salvaguarda, aunque esta vez lo que tienen que custodiar son los elementos que componen el Museo del Cereal donde, sin peligro de fuga, se exponen las distintas piezas de lo que fue uno de los principales motores económicos y de alimentación de la villa.
A través de cuatro salas, esta planta vegetal, que fue la razón de ser de toda la comarca de la Moraña y que hizo evolucionar a todos sus pobladores, se expone en una muestra que aúna el rigor científico y el carácter dinámico del campo y su cuidado, donde los curiosos pueden acercarse para aprender y contemplar los rasgos fundamentales del trigo. Un lugar cargado de historia que lleva a los visitantes a un viaje en el tiempo, trasportándolos a los inicios del cultivo del trigo hasta la actualidad con distintas representaciones en maquetas a escala y las herramientas y útiles propios de este oficio.
Como si de un portal a otra dimensión se tratase, desde la entrada, un túnel conduce a los visitantes al interior del área expositiva, y las primeras sensaciones comienzan a invadirlos, pues esta cámara está caracterizada por el color de las paredes, que recuerdan al tono que distingue al trigo en primavera. Aquí, los primeros datos entran en su mente por medio de la información sobre botánica y los tipos de cereal que existen, así como los ejemplares que se exhiben, entre los que se encuentra la variedad candeal –oriunda de la zona y en claro peligro de extinción-, así como otras tipologías españolas y norteamericanas, incluso alguna ya desaparecida
Mediante una colección fotográfica de distintas épocas del año también pueden observar la evolución del paisaje en función del ritmo de cultivo, y junto a la diversidad trigal también se ubica otra sobre los animales que habitan los campos sembrados y los que los parasitan. Además, completa la habitación un ordenador en el que se puede ampliar información de todo lo que se encuentra en el museo a través de sonidos, animaciones, efectos audiovisuales y una pequeña guía turística de la localidad.
Con el curso de las estaciones y su consiguiente evolución, la siguiente estancia brilla con el amarillo que representa la mies en verano, y aquí se hace un recorrido por el devenir del cereal en los siglos; desde la prehistoria y los primeros pobladores sedentarios, que se convirtieron en agricultores y ganaderos, hasta la actualidad.
En esta cámara las reproducciones cobran protagonismo y enseñan cómo eran los primeros útiles utilizados para segar, afilar hojas, moler el trigo o escardar, por lo que se pueden encontrar hoces, afiladoras, el molino manual vetón o diferentes azadillas; y una maqueta representa a una mujer neolítica trabajando con su molino braquiforme, aproximando a los espectadores a aquella época tan alejada pero que supuso el origen de algo tan importante que ha llegado hasta nuestros días.
Prototipos en movimiento y con sonido centran la atención del espacio, y con ellos se muestran los pasos seguidos para desempeñar las diferentes labores. Además, en un lateral, un molino manual tradicional de la comarca alude a los métodos de trabajo de la zona.
De alguna manera, esta sala es un recuerdo del papel que este cultivo ha jugado en la historia, transformando la forma de vida de los primeros seres humanos, alejándolos del nomadismo y evolucionando con las décadas en cuestiones de herramientas, técnicas y maquinaria. Y como guiño a su huella, también se puede ver cómo el refranero popular cita esta ocupación en muchas de sus frases más características.
De cárcel a museo
El que fuera el calabozo de la antigua prisión entraña la parte más próxima a la vinculación de Arévalo con el cereal, así como a los edificios asociados al mismo, tales como molinos, paneras reales, alhóndiga… Pero si hay algo sobre lo que se hace especial énfasis aquí es la repercusión de la llegada periódica de segadores foráneos; una movilización estacional que volvía a convertir, de alguna manera, a los jornaleros en nómadas en busca de un trabajo con duras condiciones.
En cuanto a documentación, se pueden apreciar diversos libros sobre los lugares de procedencia de los cereales de la antigua fábrica de harinas del municipio –la Harinera de Villafranquina-, una de las mayores factorías de este sector en Europa. Y para mayor prueba, presidiendo la escena se ha colocado una maqueta a escala de algunos molinos que aún se conservan en el cauce del río Arevalillo y en el arroyo del Lugarejo.
Pero dejando a un lado por un momento el trigo, si algo llama la atención en este lugar es que, en la reja de madera por la que los reos miraban al exterior aún se aprecian nombres, jaculatorias u oraciones e incluso hendiduras que señalan los días que estos pasaron encerrados.
Por otro lado, la cuarta cámara se ubica en la celda donde se metía a los prisioneros más peligrosos, y aquí se ha escenificado una panadería tradicional que cuenta incluso con un horno de leña. Una referencia al destino final del grano en las panaderías que se representa con algunos de los dulces típicos del pueblo: pan candeal, tortas de veedor o rozneques, entre otros.
En esta estancia el suelo también es una zona a la que llevar la vista, pues en él se pueden ver tallados algunos de los nombres de quienes allí permanecieron. Y sobre presos y delincuentes relacionados con el gremio, mediante diapositivas se hace alusión al famoso ‘panadero de Madrigal’ quien, con picaresca, cautivó a la sobrina del rey Felipe II, haciéndose pasar por el rey de Portugal, y de no ser descubierto y ajusticiado, podría haber cambiado el curso de la historia de ambos países tal y como se conoce.
En definitiva, un viaje a través de un oficio, el ciclo que realiza, su evolución, su importancia en la historia de un pueblo y de la humanidad en general, y una experiencia extrasensorial con los vestigios que los muros guardan de antes de que este edificio se convertirse en museo, cuando su cometido era custodiar reos y no trigo y centeno.