Crónica de… Monturas a la Rodríguez
Alberto Rodríguez lleva la guarnicionería en la sangre, y junto con su hermano Fernando está especializado en la elaboración, de manera artesana, de monturas y enseres para caballos, una tarea que lo enamoró a los ocho años y a la que se dedica con pasión y entrega
Disciplina, constancia, minuciosidad a la hora de trabajar y amor por lo que se hace. Si algo caracteriza el oficio de la guarnicionería son estos cuatro elementos, además de estar dotado de un don especial para hacer que una simple piel tome forma, vida y, en este caso, se vuelva uno con el caballo y el jinete.
Los hermanos Alberto y Fernando Rodríguez consiguen esto con cada una de las sillas de montar que elaboran en la Guarnicionería Rodríguez, en Medina del Campo, donde, con destreza, confeccionan monturas vaqueras de alta calidad.
Esta ocupación, a la que se dedican con pasión y maestría, les viene heredada de su padre y su tío, Fermín y Mariano Rodríguez, quienes «como hobby» comenzaron a hacer monturas para uso personal. «Mi tío tenía caballos, y todas las monturas se le acababan rompiendo, así que mi padre se propuso hacerle una, y desde entonces no pararon hasta que en 2003 montamos la tienda», explica Alberto, quien revela que, recientemente, ha recuperado aquella primera pieza que fue el comienzo de toda una vida dedicada a esta tradicional profesión.
«Cuando ellos empezaron yo tenía ocho años, y dejaba de hacer los deberes para ir a ver cómo trabajaba mi padre y a aprender de lo que estaba haciendo. Era algo que me fascinaba», cuenta, y añade que Fermín y Mariano comenzaron desde cero en este oficio, «sin ninguna base», y fueron aprendiendo poco a poco gracias a personas que ya se dedicaban a ello, «sobre todo de unos hombres de Villarramiel a quienes apodaban ‘Los Gallos’, que eran de lo mejor de España en aquella época y que se volcaron con nosotros y nos ayudaron mucho».
Desde aquellos inicios, la familia fue refinando su técnica y especializándose en la producción de monturas, cabeceras, pechopetrales…, es decir, en todos aquellos elementos que requiere un caballo. Además, no sólo fabrican las sillas de montar, sino que también arreglan y cuidan aquellas que les traen, «ya se las hayamos vendido nosotros o no», y asesoran sobre su mantenimiento.
Cuidar los detalles
El proceso de elaboración de este tipo de piezas es «muy delicado y meticuloso», pues un solo error podría afectar al propio caballo o al jinete, por ello, Alberto y Fernando cuidan cada detalle y llevan a cabo todo el proceso desde el comienzo.
El soporte o esqueleto es la primera pieza que hacen, «una parte fundamental que luego marcará el resultado final» y que ha variado en los elementos que la componían, puesto que paja, madera y hierro, han sido algunos de los formatos que, antiguamente, se tomaron para su fabricación, y que ahora se han cambiado por fibra de vidrio o de carbono. Una vez hecho esto y con las piezas ya cortadas, los hermanos comienzan el proceso de envoltura con las diferentes pieles.
Rodríguez comenta que ellos trabajan con pieles de ternera, becerro, novillo, oveja, cabra y engrasadas, para las correas; y que, dependiendo de la zona que se vaya a cubrir, se utiliza una u otra. «Por ejemplo, a la parte de arriba de la montura se le llama zalea, y siempre se cubre con borreguillo, acción que se denomina ‘moldear la zalea’; para el grueso de la pieza se usa ternera y, en el interior de la concha, novillo. Cada una tiene su función en esas partes y en otras no serían prácticas», aclara Alberto.
«El 90% de la montura va cosido a mano»
Para que el trabajo sea más funcional, los hermanos se reparten el trabajo y las tareas que han de realizar, y en una semana tienen acabado el encargo. De esta forma, Fernando se encarga de cortar las pieles, hacer zaleas y poner borreguillo, mientras que Alberto cose toda la montura a mano, así como las pequeñas piezas que se le tienen que incorporar a esta. «Las máquinas de coser apenas las utilizamos, porque el 90 % de la montura va cosido a mano».
Un trabajo muy escrupuloso que luego se refleja en el precio de sus productos, puesto que una pieza de la calidad que ofrecen ronda los 1.500 y los 1.800 euros, precios que se pagan sin reparos en esta zona, en la que la demanda es muy alta, así como a nivel nacional e internacional, ya que los hermanos Rodríguez llegan con sus monturas hasta Italia. Alberto añade que la clave para amortizar lo que se paga es cuidar mucho la montura con una limpieza y engrasado mensual, «de esta manera puedes usarla muchos años antes de tener que comprar otra».
Por otro lado, en la empresa aprovechan hasta el último centímetro de piel, ya que los recortes los utilizan para elaborar piezas más pequeñas. «Hay un día que nos sentamos a seleccionarlas y decidimos en qué las vamos a emplear», explica Alberto.
Monturas con DNI
Aunque todas las elaboraciones de los Rodríguez parten de unas medidas estándar, que sólo varían en caso de que la morfología del caballo lo requiera, algo que las diferencia entre ellas es su documento de identidad.
Y no es que a los arreos se les entregue su propio carnet, sino que, al igual que los coches, estas monturas cuentan con un número de identificación propio que, además de estar marcado en la propia cabalgadura, está impreso en unos documentos que, tanto el propietario como los vendedores poseen; una numeración que es como el DNI de las monturas y que permite reconocerlas en caso de robo. «Se nos ocurrió la idea a mi padre y a mí cuando le robaron tres a un conocido y cuando las encontró no pudo demostrar que eran suyas, así que desde entonces marcamos todas y cada una de las monturas con ese número, además de nuestro sello personal», apunta Alberto.
Práctica inimitable
El guarnicionero mantiene que esta profesión entraña una dificultad muy importante y que no todo el mundo puede hacerlo, «ni siquiera repetirlo al milímetro». Puesto que según dice, a pesar de que en otros países intentan copiar los modelos de las monturas españolas, no lo puede conseguir, ya que hay un factor que siempre les va a fallar; la piel. «Podrán hacer algo parecido, pero la materia prima que tenemos en España en cuestión de pieles es muy difícil de imitar y eso es lo que marca la diferencia con las monturas extranjeras».
«La materia prima española es única y muy difícil de imitar»
Asimismo, considera que, a diferencia de otros oficios tradicionales, que están desapareciendo, la guarnicionería no lo va a hacer. «Está claro que el guarnicionero que hacía arreos para el campo ya no existe, porque los animales no se utilizan para esos cometidos, y si antes había dos millones, ahora igual somos doscientos. Pero es una ocupación en la que, aunque se tarda en aprender a hacerlo todo bien y a ser muy cuidadosos, también crea afición, y el hacerlo con las manos le da un toque personal que no tienen otros trabajos, y por eso no va a desaparecer», sentencia.