Gallinas recibe a los nuevos quintos con el fuego de su iluminaria
Durante cuatro días de festejos, los jóvenes culminan la celebración bailando la jota de los quintos para todos los vecinos de la localidad
De entre todas las tradiciones que representan el acervo de los pueblos de la zona; de entre las costumbres con las que se identifican cada uno de los habitantes y que ha marcado la historia desde su instauración, los quintos representan un nexo de unión que los vincula en un pasado común que se ha transmitido de generación en generación y que, de manera diferente, ha llegado a nuestros días. Y aunque se trata de un hábito generalizado en la zona y en todo el país, en cada localidad siempre ha tenido un matiz diferenciador que marca la singularidad de cada municipio.
Este rito, al igual que la denominación de esos grupos que participaban en él, proviene de la instauración del servicio militar obligatorio en el siglo XVIII. Con la llegada de los Borbones a España, la falta constante de soldados para el ejército obligó a la monarquía a tomar la decisión de reclutar, de manera anual, a un cupo de 50.000 hombres elegidos por sorteo, de los que salía un soldado por cada cinco hombres, de ahí el nombre de quinto.
En cada pueblo, los elegidos organizaban diferentes tipos de celebraciones para despedirse de sus familiares y amigos antes de partir a la milicia, y de esas veladas nacieron las fiestas de los ‘quintos’. Y aunque con el tiempo el servicio militar obligatorio desapareció, esos guateques perduraron en el tiempo, incluyendo en ellos a las chicas de la misma edad. Versos, carreras de cintas o bailes son algunos de los métodos que las agrupaciones tienen de celebrar su mayoría de edad, una costumbre que cambia en cada municipio, al igual que la fecha en la que tiene lugar.
Es el caso de Pozal de Gallinas, con el nuevo año también llega la nueva quintada, y la noche del 31 de diciembre, justo con el cambio de añada, aquellos que cumplen 18 años encienden lo que en la localidad se conoce como ‘iluminaria’, una pira de fuego que es el símbolo del paso de la adolescencia a la vida adulta y que antaño servía como fuego de esperanza para los que partían a otros pueblos o ciudades para llevar a cabo el servicio militar.
Entre preparativos y festejos, la celebración duraba unos cuatro días, ya que previamente, el 29 y el 30, los chichos iban a buscar leña al pinar y la apilaban a las afueras del municipio, donde el 31, tras las uvas, encendían la hoguera que daba la bienvenida a su año. Allí, niños, mozos y mayores disfrutaban de un rato al calor del fuego mientras entre risas y charlas se cantaba alguna que otra canción popular y se pasaba la bota de vino.
A la mañana siguiente la fiesta continuaba, y los jóvenes marchosos recorrían las calles de la localidad pidiendo por las casas, donde recibían viandas de los vecinos que luego les servía de cena. En la tarde del primer día del año se organizaba un baile al que acudía todo el pueblo, y durante la pausa se compartían los enseres recogidos por la mañana con familiares y amigos. Tras la cena, se retomaba el baile, y entonces tenía lugar uno de los momentos más especiales de estos días; la jota de los quintos. De esta manera, los zagales tomaban a las chicas a las que habían invitado para que bailasen con ellos una jota ante todos los vecinos, con la que se deba por terminada la celebración.
El alcalde del municipio, Miguel Ángel Moraleja, recuerda cuando fue quinto hace casi cincuenta años. «Es algo que vives con mucha ilusión, ya que formas parte de una tradición que hace sentir orgulloso a todos los que te rodean». Apunta que las costumbres han cambiado desde entonces, empezando por el número de jóvenes que, en la actualidad, es muy reducido, pero también la forma de vivir esos días. «Al final ahora hay fiestas casi cada fin de semana, pero antes eran menos frecuentes y las que había se vivían con mucha más intensidad, y más si eran en tu propio pueblo».
Moraleja explica que lo que también ha evolucionado es la pedida mañanera, pues la comida se ha modificado por dinero que ayuda a los muchachos a costear el baile de la tarde. Además, la jota también ha cambiado, pues antes «la mayoría sabían bailar», y ahora las semanas previas las peñas se convierten en escuelas de danza en las que se enseña a los menos diestros en este arte. «Pero lo importante ya no es hacerlo bien o mal, sino bailar la jota y disfrutar en compañía de los vecinos», sentencia.
El primer edil comenta que en estos días las casas de los quintos están abiertas para todo aquel que quiera visitar la localidad y conocer su acervo, pues las tradiciones compartidas se viven con mucha más ilusión.