Crónica de… Los gladiadores del hierro

Crónica de… Los gladiadores del hierro

Natural de Fuente el Sol, Eduardo Muñoz es forjador profesional, restaura todo tipo de elementos en castillos, iglesias, monasterios e incluso estaciones ferroviarias mezclando técnicas modernas y tradicionales, y defiende estas últimas como garantía de calidad para el patrimonio

Hace unas décadas, el acompasado ritmo del yunque y el martillo eran los protagonistas de las mañanas de los pueblos, uniéndose al canto del gallo en la tarea de despertar a la población. El olor a hierro ardiente, tan característico que es casi inefable, llenaba los alrededores de los talleres, en cuyo interior se afanaban los herreros. En Fuente el Sol, la Forja Muñoz lleva muchos años dedicada al arte del fuego y el metal, tantos que ya es la tercera generación la que ocupa la nave que se encuentra en una de las salidas del municipio.

Allí, Eduardo Muñoz, el propietario, se dedica a la restauración de todo tipo de edificios monumentales desde el año 92, aunque lleva inmerso en el mundo de la forja desde que tenía 16 años. Una ocupación que le encanta y que cada día supone un reto para él, pero como un luchador nato, no deja que nada se le ponga por delante.

Una familia de forjadores. ¿Llevas el hierro en la sangre?

(Risas) Casi, casi. Mi abuelo tenía el taller en la parte del fondo de lo que es el mío ahora, y ahí se dedicaba a hacer ruedas de carros, rejas y herrajes. En aquella época había en el pueblo un taller de carreteros y él les hacía esas piezas. Después pasó a mi padre. Por otro lado, mi tío tenía en Toledo un taller más dedicado a las barandillas y ese tipo de piezas, y me fui allí a aprender. Y ahora tengo a mi hijo Dani conmigo que está aprendiendo y será la siguiente generación en el negocio.

¿Tenías conocimientos previos cuando llegaste a Toledo?

Ninguno. Pero siempre he sido un poco autodidacta, todo me llamaba la atención y quería probar a hacerlo, y poco a poco fui formándome.

¿Qué tipo de edificios restauras?

Principalmente conventos, castillos, iglesias y monasterios. Pero también hemos hecho trabajos en la estación de Aranjuez, de hecho la hemos tenido en Fuente el Sol completamente desmontada, y también en Atocha. Me gusta definirnos como especialistas en cosas raras o, al menos, complicadas.

¿Qué es lo más raro o complicado que habéis hecho?

Creo que ha sido la estructura de una cubierta acristalada sobre las bóvedas de la iglesia de San Nicolás en Requena. Todo tenía que estar perfectamente en su sitio y muy bien medido, porque los cristales tienen unas dimensiones determinadas y se tenían que ajustar a la perfección.

Y lo de la estación de Atocha fue una pasada, porque ahora pasas por allí y dices pues eso lo he hecho yo. Estaba toda la portada en un estado de deterioro impresionante. Bajamos las estatuas con unas grúas con mucho cuidado y luego las estuvimos restaurando aquí en el taller; incluso le hicimos la manicura a los leones (risas) y cuando volvimos a colocar todo parecía como si el tiempo no hubiera pasado por ello.

¿Cuánto suele llevar la restauración completa de este tipo de edificios?

No nos dan mucho tiempo, entre tres y cuatro meses.

¿Qué es lo más complicado del oficio?

Las grandes obras, como las que he mencionado, me dan un poco de vértigo. Son complicadas y el hecho de estar en edificios emblemáticos da respeto, pero me gusta. Soy una persona que se atreve con todo, y cualquier propuesta que nos hagan que suponga un reto allá que vamos de cabeza.

¿Cómo planteas ese tipo de trabajos?

Yo me busco la vida para hacerlo todo. Porque con los arquitectos la mayoría de las veces hay que cambiar el proyecto entero; desconocen cómo se trabajan los materiales y eso hace que su idea no sea compatible con la realidad fuera del papel.

Entonces cuando llego a las obras y me empiezan a preguntar que cómo vamos a hacer tal o cual cosa les digo que no lo sé y se sorprenden. Hay que ir paso a paso, yo lo veo todo claro en mi cabeza, así que les explico que cuando lleguemos al paso por el que preguntan ya veremos cómo lo hacemos. La clave es dibujar lo que se quiere fabricar, porque cuando tú lo dibujas sabes hacerlo.

Existen distintos tipos de hierro (colado, dulce y acero), ¿con cuál trabajáis?

Sobre todo utilizamos el dulce, aunque tocamos todos los palos. Por ejemplo, en la catedral de Vitoria, hemos hecho unos pilares de bronce; o una cúpula de plomo en la Torre de Nuestra Señora de las Huertas en Lorca, que se van engatillando y se van uniendo todas las piezas. Cada material es distinto, tiene sus propiedades y son necesarias unas herramientas específicas para trabajarlo. Nosotros nos atrevemos con todo.

¿Qué tipo de técnicas usáis? ¿Mantenéis alguna de las tradicionales como las que usaba tu abuelo?

Nosotros somos de los pocos que seguimos utilizando la técnica de roblonar, es decir, meter los remaches en caliente como lo hacían los del Titanic. Se hace así porque una vez que lo metes, a unos 1.900 grados, se martillea con una máquina para que redondee la cabeza del tornillo. Y nosotros usamos ese método en la estación de Aranjuez y en la rehabilitación de algún puente, pero técnicas antiguas casi no utilizamos, no sólo por nosotros, sino que en España ya no se restauran los monumentos en condiciones, se busca que los arreglos cuesten poco dinero y que sean funcionales, y esos métodos, que son más complejos, llevan más tiempo y son más costosos. Aquí hojalateros apenas queda alguno.

Tarea de roblonado

En cuanto a las herramientas de medición y calibre ¿eres más partidario de las técnicas modernas como el láser o de las de toda la vida como la plomada?

Tradicionales sin duda. El láser se puede equivocar muy fácil, pero el nivel y la plomada son totalmente fiables a la hora de coger medidas exactas y yo los uso mucho. ¿Cómo compruebas que un láser está bien? Pues con una plomada, porque no puede fallar nunca. Antes también se usaban las gomas nivel, pero eso se ha perdido totalmente y los chicos que llegan ahora a los talleres no las van a conocer y ni si quiera se lo van a mencionar. Aunque hay que admitir que el láser es muy cómodo y ahorra mucho tiempo.

¿En qué estás trabajando ahora?

Estamos haciendo una estructura y escalera para el castillo de Turégano en Segovia y también trabajos de mantenimiento en el Palacio del Escorial y en el Palacio Real, así como una puerta en el Pardo.

¿Cómo crees que es la situación del gremio de los forjadores en la actualidad? ¿Siguen existiendo muchos o cada vez se está mecanizando más vuestro trabajo?

Que se dedique a la forja ahora habrá tres, y que sigan utilizando alguna técnica antigua como nosotros nada. Ahora con los láseres lo hacen todo muy fácil y no necesitan la mano de obra de varias personas.

Tienes a tu hijo Dani trabajando contigo, ¿es la próxima generación?

(Risas). De momento está aprendiendo y hace muchas preguntas, lo que está bien, porque eso es que le interesa. Lo único que tiene que tener siempre presente es la filosofía de la empresa: todo es posible y no hay que darse nunca por vencido.