Simón Ruiz y los cimientos de su legado
El mercader burgalés afincado en Medina es uno de los personajes más importantes en la historia del municipio, al igual que el Hospital que lleva su nombre y que se presenta como la obra benéfica más relevante del empresario en la localidad
Paso a paso, piedra a piedra, las personas vamos construyendo nuestro propio legado durante los años que pasamos caminando sobre el mundo. Dejamos nuestras huellas en diferentes aspectos de la vida y, si tenemos suerte, una vez que nos vamos se nos recuerda. Y como cualquier otro, el mercader y banquero Simón Ruiz se dedicó a cimentar su herencia entregándose a su pasión por las finanzas y los negocios, sin saber que todas sus acciones serían recordadas en el futuro y que se convertiría en uno de los personajes más importantes en la historia de Medina, el municipio que fue su hogar durante gran parte de su vida.
Natural de la localidad burgalesa de Belorado, el empresario se trasladó a Medina del Campo debido al éxito que el comercio tenía en el municipio, dispuesto a establecer en él su oficina y gestionar desde allí sus transacciones. Tal fue la fortuna que el mercader cosechó mientras trabajaba en la Villa de las Ferias –ya que sus negocios se extendían incluso a nivel internacional-, que en la actualidad se refieren a él como el Amancio Ortega de la época.
Afincado en una casa al más puro estilo castellano, con tres balconadas y un gran pórtico de madera, de la que aún se puede admirar su esplendor y que se encuentra en el número 7 de la calle que hoy lleva su nombre, Simón Ruiz contrajo matrimonio en dos ocasiones. La primera de ellas con María de Montalvo –de quien enviudó a los pocos años-, y la segunda con Mariana de Paz. Y fue gracias a esta última, que tenía familia en los altos cargos de la Corte, como obtuvo el impulso que necesitaba para conseguir los contactos pertinentes que lo convertirían en el banquero de los reyes Carlos V y Felipe II.
Además de los monarcas, entre sus clientes se encontraban figuras muy relevantes en la Corte y en el universo empresarial de la economía mundial. Prueba de ello es el archivo de transacciones y cartas que de él se conserva –el único de un financiero español del siglo XVI- y que se compone de más de 58.000 documentos comerciales que demuestran cómo en aquel entonces la correspondencia de un hombre podía marcar el nivel de su hacienda.
Pero aunque su sueño de ganarse un lugar en la sociedad ya se había cumplido, nunca alcanzó el de ser padre, y viendo su lecho de muerte cada vez más cerca y nadie a quien legarle su patrimonio, decidió invertir todo su peculio en una buena causa; la construcción de un hospital benéfico que diera cobijo tanto a pobres como a enfermos, e incluso a peregrinos, para los que tenía un ala específica.
En paz con Dios
Después de una vida mundana dedicada únicamente a los negocios, el banquero consideró que esta obra, además de ponerlo en paz con Dios, perpetuaría su nombre en el tiempo y, en los terrenos de extramuros conocidos como Cantón de San Vicente, fuera de la puerta de Salamanca, conocido también como ‘El hijito’, y sin escatimar en gastos, la construcción del hospital comenzó en 1593 y finalizó en 1616; una brevedad que sorprende debido a las dimensiones del edificio, pero que a su vez lo hacen un centro muy homogéneo, ya que el estilo predominante es el herreriano.
A petición del propio Simón Ruiz, lo primero que se empezó a construir fue la iglesia, puesto que quería ser enterrado en ella. Sin embargo, el destino no estaba de su parte en esta ocasión, y nunca llegó a ver la capilla terminada. En su defecto se le enterró junto a su casa; en la iglesia de San Facundo –hoy los Cines Coliseo- para más tarde trasladar sus restos y los de sus esposas hasta el templo del hospital. De hecho, en el patio del centro sanitario se conserva una placa que se cree que fue la original que se colocó en San Facundo.
Desde el principio, el sanatorio pretendía ser un gran inmueble, tanto que hasta el propio promotor tuvo que parar las obras una vez iniciadas para cambiar el proyecto porque, por muy impresionante que fuera su fortuna, no podía sufragar lo que estaba previsto en los planos. Y como muestra de lo meticuloso que era el banquero y de que este hecho fue real, existe una carta en el archivo en la que se expresan sus deseos de eliminar “todo aquello que no sea imprescindible”.
El hospital Simón Ruiz, que se había concebido como un centro en el que atender a las personas desamparadas que iban a morir, estuvo en funcionamiento durante cuatro siglos, hasta que sus cimientos dejaron de ser lo suficientemente modernos como para considerarse hospital general.
Pero, hasta entonces, el edificio no sólo se encargaba de los cuidados y tratamientos de las enfermedades más comunes, sino que también introdujo, bajo el amparo de sus arcos y galerías, técnicas de medicina moderna. Según cuenta Néstor Fernández, presidente de la Asociación para la Reconstrucción de la Ermita del Simón Ruiz, «se cree que los contactos que el mercader tenía en otros países no sólo le informaban de las inversiones que debía hacer, sino también de las últimas tendencias internacionales en distintos campos, incluida la medicina, y ese también pudo ser uno de los motivos para construir el hospital», y señala que «incluso una vez fallecido, esos corresponsales seguían informando a la fundación que gestionaba el centro y por eso se incorporaron esas prácticas».
El lugar en el que se llevaban a cabo esos nuevos métodos se conocía como ‘sala de curas ocultas’ o ‘sala oscura’, y en ella se especula que pudieron tener lugar operaciones mal vistas por la inquisición. «Lo que está claro es que se hacían intervenciones que bien podían ser con intereses experimentales o para atajar problemas inevitables», apostilla Fernández.
Pensado para albergar a unas 230 personas, otra de las novedades por las que se caracterizaba era por tener dos alas, una para hombres y otra para mujeres -con camastros individualizados-, así como un gran patio central y una distribución de las celdas que ofrecía una gran ventilación que evitaba la propagación de enfermedades infecciosas. Del mismo modo, contaba con un servicio de cocina centralizado que daba servicio a todo el hospital, además de una gran lavandería. «La apertura para la ventilación o la lavandería daban muestra de higiene, y eso ya era muy innovador para los recursos de los que se disponía en el siglo XVI».
Pero nada es eterno, y por muy moderno que este edificio resultase fue quedándose desfasado con el paso de los siglos. Por ello, y con la aparición de los centros rurales de salud se fueron llevando las especialidades al hospital general de Medina, y se dejaron en Simón Ruiz los recursos mínimos, como por ejemplo los paritorios. En los años 90 retiraron el centro de salud rural de la localidad y las puertas de la edificación en la que el banquero burgalés tanto había invertido echaron el candado durante varios años.
Nuevos usos
En la actualidad, y tras varias intervenciones en las que se han rehabilitado en profundidad los tejados, la cripta, la iglesia y la sacristía, y estancias anexas entre las que se encuentra una que funciona como sala de conferencias y que cuenta con butacas y equipación tecnológica, el Hospital Simón Ruiz va a albergar un Centro de Desarrollo Económico, de tal forma que sea como un guiño al empresario y banquero promotor de sus cimientos. Pero todavía son muchas las actuaciones que quedan por acometer en los muros del que fuera el centro sanitario más importante de la Comarca hasta que se convierta en un espacio para la creación, la innovación y el emprendimiento.