Juana regresa a Tordesillas en la conmemoración de los más de cinco siglos de su llegada
Alrededor de 10 000 espectadores y 300 intérpretes se congregan en el municipio para revivir el Día de la Reina
Tordesillas se viste de época el primer fin de semana de marzo. Sus calles se iluminan con antorchas y en el eco de las esquinas resuena el repique de los caballos que caminan por las calles adoquinadas. Un murmullo similar al de un avispero se escucha en cada plaza, pues los espectadores van cogiendo sitio en los diferentes escenarios y los actores toman sus posiciones.
A las afueras del municipio, un grupo de personas avanza hacia el centro de la villa mientras en el casco urbano acciones simultáneas comienzan a desarrollarse. En la Plaza Mayor, varias mujeres comentan desde los balcones que un séquito real se acerca al pueblo por la carretera de Simancas, especulando sobre si se trata de la mismísima reina Juana y su cortejo.
Quince minutos después, en la Puerta del Foraño, los rumores se confirman y Hernando de Tovar, el capitán de los Monteros de Espinosa –la guardia personal de la reina-, ordena que se abran las puertas de la villa para dar paso a la comitiva y, a lomos de un caballo blanco, con gesto imperturbable y mirada fija en el frente, la tordesillana encargada de dar vida a Juana hace su entrada en el municipio amurallado, tan metida en su papel que hasta parece que se trata de la auténtica soberana. Tras ella, las doncellas siguen a la reina en un carro, al cuidado de su hija Catalina y, cerrando la comitiva, varios guardias transportan el féretro de su esposo, Felipe el Hermoso.
La siguiente parada en el recorrido tiene lugar nuevamente en la Plaza Mayor, en una escena en la que el rey Fernando el Católico intenta convencer a su hija de que Tordesillas es un destino ideal para vivir. Con una puesta en escena sencilla, ambos personajes consiguen transmitir las desavenencias entre un padre y una hija, de tal forma que trasladan a los espectadores hasta la corte del siglo XVI.
Pero el momento más esperado tiene lugar ante las puertas de la iglesia de San Antolín, donde con una mezcla de música y movimientos de la reina y, en tan sólo unos minutos, se escenifican los 46 años de encierro que Doña Juana vivió en Tordesillas. Con un portazo y unos segundos de silencio tras el fundido de luces, el espectáculo llega a su fin, y cuando después de ese breve tiempo el público comprende lo que acaba de presenciar, estalla en un sonoro aplauso que resuena en todo el municipio. Un momento lleno de simbolismo que resulta totalmente inefable.
La iluminación tenue de las antorchas, la variedad de escenarios y de vestuario, así como la exquisita interpretación de los 300 participantes, hacen del Día de la Reina uno de los actos más multitudinarios del turismo tordesillano, que cada año consigue congregar a alrededor de 10 000 personas que desean presenciar esta representación. Según explica José Luis Sainz, presidente del Centro de Iniciativas Turísticas de Tordesillas –entidad de vecinos que lleva 18 años organizando el evento-, «al tener tantos escenarios, los visitantes no pueden verlo todo, y eso les sirve de excusa para volver otro año a disfrutar de esta celebración.
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