Cadena de pañuelos para la Virgen de Sieteiglesias
Los quintos de Matapozuelos buscan la bendición de la virgen arrojándole una guirnalda de colores durante el lunes después de la Pascua
Bailes, rezos y devoción son las tres características que rodean el final de la Semana Santa en la localidad de Matapozuelos, donde celebran el lunes después de la Pascua su tradicional Romería en honor a la Virgen de Sieteiglesias. Una fiesta en la que los quintos comparten protagonismo con la virgen lanzándole una cadena de pañuelos para que esta les dé su bendición y los proteja.
La cita comienza con la procesión desde la ermita de Sieteiglesias hasta la Casa del Pico, una casa solariega a unos kilómetros del templo religioso, hasta la que los vecinos van cantando y rezando mientras portan en andas la imagen de la Virgen. A su regreso comienza la verdadera fiesta, ya que durante todo el trayecto de vuelta los matapozuelenses no paran de reír y bailar, mientras los quintos recogen los pañuelos que las mujeres del pueblo les ofrecen.
Pero esto solo es un preámbulo para el torbellino de colores que se avecina, ya que tras pasar el día en el pinar junto al río y la ermita, comiendo y riendo en hermandad, llega la hora de que los quintos lleven a cabo su ritual de iniciación a la vida adulta.
A las seis de la tarde y con los pañuelos que han reunido por la mañana, los jóvenes del municipio los anudan formando una extensa guirnalda multicolor y, mientras los vecinos vuelven a sacar en andas a la Virgen de Sieteiglesias, ellos colocan un arco engalanado con retamas en el pórtico de la ermita.
El momento más especial y vistoso de esta festividad está a punto de tener lugar. Y es que los quintos trepan por el arco de retamas, formando un segundo arco humano desde el que coronan a la imagen a su regreso al templo lanzándole la cadena de pañuelos que previamente han formado.
Esta tradición, con la que los llamados a filas buscaban en sus inicios la protección de la Madre, también servía de llamado al amor, ya que muchos de los pañuelos que antaño se entregaban a los quintos en esta fiesta eran una declaración de intenciones por parte de las mujeres casaderas de la localidad. De hecho, se decía que si el pañuelo rozaba la cara de la Virgen sonaban campanas de boda. Una costumbre de la que sólo se mantiene la petición de protección, ya que los pañuelos que hoy se entregan vienen de mujeres del municipio de todas las edades.
Para finalizar el ritual, los vecinos entonan la salve y retiran la cadena policromática, deshaciendo los nudos y devolviendo los pañuelos a sus respectivas dueñas desde el balcón de la casa del ermitaño.