Crónica de… el hombre que susurraba a los perros

Crónica de… el hombre que susurraba a los perros

Desde que era niño, saber leer y entender a los animales era más importante para él que jugar al futbol. Hoy ve su sueño hecho realidad a través de su empresa World Can
Marcos Velasco, adiestrador canino en una foto con sus perros en La Seca

«Un perro es una sonrisa y una cola que se mueve alegremente». Mi historia comienza en Madrid, cuando todos mis amigos estaban jugando al fútbol y a mí lo único que me apetecía era coger un bote y ponerme a cazar bichos. Los animales eran mi pasión, pero sobre todo los perros. De hecho, siempre pedía a los Reyes Magos, a Papá Noel y a mis padres por mi cumpleaños un perrito: un pastor alemán, y claro que me lo traían; aunque de peluche. Pero eso cambió cuando, con ocho años, vinimos a vivir a La Seca y por fin tuve mi tan deseada mascota.

Lo de ser adiestrador canino llegó después. Yo trabajaba en una bodega en La Seca en un puesto fijo, sin tener que coger el coche para nada y sin ninguna preocupación. Pero eso que para muchos podría ser un lujo, y más con lo difícil que es encontrar un trabajo así hoy en día, no me hacía feliz, aunque nunca me había planteado dejarlo. No fue hasta que conocí a una chica que vio lo que me apasionaban los perros que me animó a que dejara ese puesto que no me llenaba e hiciese los cursos necesarios para convertirme en adiestrador canino. La verdad que le estaré eternamente agradecido, porque me dio el empujón que necesitaba y gracias a ella he podido dedicarme a lo que más me gusta.

Camino hacia un sueño

El primer curso que hice fue el de ‘Adiestrador’, en Topas -un pueblo entre Salamanca y Zamora-, y durante ocho meses trabajamos aspectos como la evaluación de la conducta, técnicas de educación, alimentación y cuidados, entre otros. Después me especialicé con un curso intensivo de ‘Técnico en Modificación de Conducta’ que hice en Toledo, y en el que me enseñaron a trabajar con perros que habían matado, que tenían ese instinto asesino y a los que había que quitar esas inclinaciones para que fuesen normales. La verdad que fue bastante duro, pero el último paso lo di hace unos cinco años, cuando fundé mi empresa World Can y con ella cumplí mi sueño de trabajar por y para los perros.

Confieso que ser adiestrador canino es lo mejor que me ha pasado. Saber leer y entender a los perros es algo que siempre me había interesado y además es lo más importante a la hora de educarlos. No todo viene en los libros ni en los tutoriales de YouTube, y hay que sincronizarse con los animales de tal forma que ellos nos entiendan a nosotros y nosotros a ellos.

Además, cualquier momento es bueno para amaestrar, aunque yo exijo que al menos tengan puestas todas las vacunas, es decir, cuando ya tienen unos cuatro meses, que son capaces de relacionarse con otros perros y aprenden mucho mejor que cuando son cachorros. En el caso de modificación de conducta no existe una edad ni un momento preciso, sino que va sobre la marcha, porque hasta que no tienen más de ocho meses -instante en el que se convierten en adolescentes- no empiezan a tener dificultades y aquí hay que esperar a que aparezcan los problemas. Y tampoco hay gran diferencia entre unas razas y otras, sino que el secreto está en entenderlos y saber cuáles son las necesidades de cada uno.

La clave es instruirles desde la positividad, es decir, con clicker –aparato que emite un sonido que el perro asocia a que ha hecho bien algo- o premio, sobre todo cuando pretendemos enseñarles acciones como sit (siéntate), plas (túmbate) o búsqueda de objetos; y con aquellos perros que ladran o muerden se puede hacer de dos formas: en positivo o con la cadena y algún toquecito, por lo que en estos casos es el dueño el que elige la opción que más le conviene.

Aunque, para ser sincero, lo que más cuesta a la hora de adiestrar a un perro es enseñar al amo. Muchas veces son los propios dueños los que malcrían a sus mascotas y hacen que, después de las clases, vuelvan a tener malos hábitos. Así que cuando me traen un perrito para que le enseñe me gusta que estén presentes y sean ellos quienes hagan el trabajo para que, una vez que el animal llegue a casa, no se eche por tierra todo lo que le hemos enseñado, ya que lo han hecho con su dueño.

La parte bonita

En World Can llevamos a cabo clases a domicilio, cursos de rechazo a comida –para que no ingieran alimentos envenenados o con clavos- e incluso de sensibilización de ruidos para cuando se lanzan petardos y demás. Pero uno de los cursos que más me gusta es el de obediencia básica en grupo, porque participan unos ocho o nueve perros, que los primeros días se quieren matar, y al final acaban todos tumbados sin moverse mientras yo paso con un gato o con comida, y sólo se levantan cuando les das la orden. Es una maravilla ver cómo se produce esa transición.

Pero si tuviera que elegir una parte de mi trabajo creo que me quedaría con el agradecimiento de los propietarios. Se me pone la piel de gallina y me emociono cuando recuerdo anécdotas en las que he adiestrado perros muy difíciles, que mordían y que apenas se dejaban tocar, y al acabar mi trabajo el cambio era tan radical que los dueños me abrazaban y lloraban, y eso no tiene precio. El cariño de los animales es emotivo, pero cuando veo al amo, e incluso a toda la familia, llorando por lo que he hecho con su mascota, me siento orgulloso de haber tomado la decisión de cambiar de profesión y seguir mi sueño.