Las Lagunas del Raso, un enclave ornitológico centenario
Ubicadas en la Pedraja de Portillo, las lagunas, de 8 y 2,8 hectáreas, cuentan con un islote central que sirve como lugar de reposo y refugio para aves, y su entorno está pensado como espacio ecoturístico para los amantes de la naturaleza
Rodeadas por los campos de cereal, donde la chicharra se hace eco y su canto domina el entorno, y donde las avutardas campan a sus anchas y las cigüeñas sobrevuelan los reflejos de sus aguas, las Lagunas del Raso de Portillo aparecen ante la mirada de los excursionistas que, atraídos por el amplio abanico ornitológico del lugar, recorren los cinco kilómetros que rodean este espacio, ubicado en la localidad de La Pedraja de Portillo, para disfrutar del avistamiento de la fauna que en ellas habita.
Estas zonas acuáticas, que tan sólo tienen nueve años de antigüedad, cuentan con un bagaje centenario, puesto que durante siglos conformaron un área pantanosa muy favorable para el desarrollo del ganado bravo y que los primeros pobladores de La Pedraja supieron explotar, adaptando sus labores al medio y dedicándose a la cría del toro bravo –primero para carne y después para la lidia en los juegos de la nobleza castellana-. Sin embargo, el estancamiento de sus aguas afectaba a la salud de los habitantes de las poblaciones limítrofes, y en 1870 se iniciaron las obras para que el agua dejara de estancarse. Casi 150 años después, con el objetivo de restaurar y potenciar el valor ornitológico de este llano, se decidió llevar a cabo una serie de actuaciones que dieron lugar al espacio ecoturístico del que hoy disfruta el municipio.
La ruta
En bici o caminando, pero siempre con los prismáticos a mano, el turista puede adentrarse en esta ruta, que comienza en el Camino de Santa María –a unos veinte minutos a pie de La Pedraja de Portillo-, y sumergirse en un hábitat dominado por el ruido. Pero no un ruido cualquiera, ni de esos que molestan, sino de los que cuando cierras los ojos por un segundo tu mente se transporta y viaja a un lugar en el que la tranquilidad es la reina. En este paraje, mientras el excursionista avanza, puede escuchar cómo la naturaleza responde y le da la bienvenida, y cómo los diferentes sonidos se funden para formar una melodía que hace de este lugar un pequeño remanso de paz.
Nada más entrar en el sendero lo primero que se puede ver es la pequeña de las lagunas que, con 2,8 hectáreas, es la más cercana al humedal y el primer alto en el camino. Desde el observatorio que se encuentra junto a ella se pueden admirar las primeras aves que descansan en el islote del centro de la laguna, y aquí un archibebe claro camina por el límite entre la tierra y el agua, dibujando una pasarela imaginaria mientras mira a su alrededor. Como en una especie de asamblea, en la otra punta del lago están reunidas varias especies de patos, que graznan sin parar anunciando la llegada del visitante.
Si continúa con el itinerario, el viajero deberá atravesar una serie de puentes de madera que conectan los caminos a través del sendero, ya que ambas lagunas se encuentran separadas por el curso del arroyo del Molino, y después de caminar un par de kilómetros, podrá parar en cualquiera de los cuatro observatorios que rodean el lago. Con ocho hectáreas, este nuevo espacio acuático parece un pequeño mar dentro de la meseta, ya que a simple vista el horizonte se pierde entre las aguas y hasta el islote que se encuentra en el centro del mismo se convierte en una especie de isla desierta en la que los únicos habitantes son las aves y la vegetación.
Entre otros, la cerceta, el ánade, la focha común, el avefría europea, el zampullín chico, la chorliteja, el correlimos zarapitín, la cigüeña o la garza real son algunas de las especies que se pueden avistar en este espacio natural, y las que hacen de las Lagunas del Raso el lugar escogido por los amantes de estos animales alados para pasar las tardes de primavera y verano. Un emplazamiento dónde los sonidos se hacen más fuertes y el ecosistema los atrapa y los lleva a un mundo totalmente alejado de la civilización, en el que sólo existen las aves, el turista y sus prismáticos.