Calabazas, cuna del azote de los franceses
El guerrillero Jerónimo Saornil, natural de esta pedanía de Olmedo, fue popular en la guerra de independencia española por participar en más de una docena de batallas que pusieron en jaque la presencia de los galos en España
“Síguela, síguela, Guerrillero Saornil; Síguela, Síguela, yo te daré mi fusil”. La guerra de independencia española fue uno de los momentos clave en la historia de nuestro país, ya que además de combatir a un invasor, dio lugar a guerrillas y guerrilleros famosos que capitanearon la confrontación. En la provincia de Valladolid fueron varios los que destacaron por su arrojo, tales como el Empecinado, Isidro de Astorga (Pozaldez), Saturnino Abuín El Manco de Tordesillas o el protagonista de esta coplilla; Jerónimo Saornil.
Azote de los franceses, Saornil nació en Calabazas –pedanía de Olmedo- el 1 de diciembre de 1771 e inició sus primeros contactos con fusiles y batallas al participar en la guerra contra Francia en la Campaña del Rosellón a finales del siglo XVIII, tras lo cual consiguió un permiso de labranza en Pozal de Gallinas, donde trasladó su residencia. Sin embargo, el odio a los invasores no lo aplacaron ni los aperos ni la vida tranquila del campo, y cuando Napoleón salió de Madrid en 1808 con el objetivo de “acabar con los ingleses”, a su paso por la pequeña localidad en dirección a Tordesillas, el entonces labriego sorprendió, junto con tres paisanos, a un correo francés y acabó con la escolta, haciéndose con unos pliegos que llevó al Marqués de la Romana, una hazaña que hizo que el 11 de enero de 1809 le reconocieran el grado de alférez y le autorizasen a organizar en su tierra una guerrilla.
De esta manera comenzó el mandato del que llamaron ‘rey de Olmedo’, quien se convirtió en la peor pesadilla de los franceses en la zona y con ingenio, estrategia y disfraces, así como un gran número de seguidores, fue uno de los principales partícipes en la expulsión gala. Tanto es así que entre las batallas que lo hicieron popular se cuentan hasta una docena en las localidades de Olmedo, Tordesillas, Arévalo, Madrigal, Fuentesauco, La Bañeza, Medina del Campo, Pajares, Peñaranda, Valladolid, Alba de Torres y Piedrahita.
Exaltador de guerreros
Con el permiso para crear esta milicia de civiles, Jerónimo recorrió los pueblos de la comarca y alrededores animando e incitando a los vecinos a que se unieran a él y, en muy poco tiempo consiguió reunir una partida de veinte hombres con los que llevar a cabo su primera contienda en la villa abulense de Arévalo. Aquí, la llegada de la guerrilla elevó los ánimos de los habitantes del municipio, y juntos acabaron con el pelotón francés compuesto por cincuenta soldados, tres sargentos, dos tenientes y un capitán.
Y aunque después de este primer encuentro parecía que iba a tener un respiro o, al menos, un descanso mientras escoltaba a los prisioneros hasta la cárcel, en Cisla la situación en el país lo sorprendió de nuevo, ya que aquí se enteró de que en Madrigal de las Altas Torres había entrado un convoy de provisiones que se dirigía a Madrid protegido por cien infantes. Ni corto ni perezoso encomendó la vigilancia de los presos y se encaminó hacia Madrigal donde atacó a los franceses con tal ímpetu que estos huyeron en desbandada, dejando a los vencedores los 22 carros que componían el convoy así como diez prisioneros, que se unieron a los que quedaron en Cisla y todos juntos fueron entregados en Ciudad Rodrigo al general Miguel Vives.
La popularidad de Saornil cada vez era más grande, y sus huestes crecían sin descanso. De hecho, hasta las gacetas de la época hacían reseña de sus hazañas, por ello, el tiempo que el guerrillero podía dejar aparcadas las armas cada vez era menor, y en menos de un mes después de esta entrega luchó nuevamente en la localidad zamorana de Fuentesauco –enfrentándose a 50 infantes y 40 jinetes- donde le opusieron gran resistencia.
En julio, de nuevo el destino de un importante destacamento era la capital española, pero el guerrillero no permitió su llegada y lo interceptó entre Olmedo y Hornillos, dando muerte a 35 hombres de la escolta y apresando a 25 más, además de 24 arrobas de plata labrada que entregó al Duque del Parque, de quien dependía entonces. Saornil era una china en la bota de la que los franceses no podían deshacerse, ya que sus aguerridos militantes estaban presentes en cada uno de los movimientos de estos. Y el siguiente paso en su gesta lo encontraron en La Bañeza, acabando con la guarnición que aquí guardaba un cuantioso aprovisionamiento que llevaron después de la contienda hasta Puebla de Sanabria.
En busca y captura
Como buen conocedor de estos terrenos, Jerónimo se infiltró entre las avanzadillas galas, un hecho que le sirvió para descubrir que los enemigos habían puesto precio a su cabeza y que le costó el abandono de muchos de sus hombres. No obstante, su fuerza de voluntad y su arrojo lo mantuvieron firme y comprometido con su causa, y con sangre fría ante la amenaza que pesaba sobre sus hombros consiguió enardecer a los apocados y reclutar nuevos luchadores en pro de la independencia del reino español.
Durante 1810, Saornil se mantuvo en secreto, dando golpes puntuales que amilanasen las fuerzas enemigas que, en aquel momento, tenían una gran presencia en la zona. Entre esas maniobras maestras destaca la que tuvo lugar el 20 de octubre cuando, con la ayuda de aliados medinenses, aleccionó a veinte de sus seguidores más intrépidos a realizar una incursión en la posada del Arco en la Villa de las Ferias, y bajo el amparo de sus luengas y pardas capas, que ocultaban sus tercerolas –arma de fuego más corta que la carabina-, robaron 40 caballos pertenecientes a los franceses. Tras ellos salieron un total de 1.200 soldados -400 dragones (soldados de caballería que, a falta de monturas, también estaban habilitados para combatir pie a tierra y que llevaban una vestimenta diferente al resto) y 800 infantes-, pero la gallardía de los guerrilleros los sorprendió con una gran resistencia que los hizo retroceder. Este hecho, aplaudido en un principio, no quedó impune, y trajo represalias para los de Medina, a quienes el general francés Erlón les impuso una multa de cien mil reales.
Saornil era una china en la bota de los enemigos
Batallador sin freno
Ni siquiera el frío aplacaba sus ansías de defender la patria, y el 5 de diciembre Jerónimo atacó en el pueblo de Pajares al traidor Morales, que salía con 500 enemigos de Ávila escoltando un correo, y lo obligó a encerrarse en Arévalo causando numerosas bajas en sus filas. A los pocos días, estando en San Cristóbal del Alto, vio llegar a guerrilleros de la partida de su homólogo Pedro García, que huían de un grupo de franceses a quienes Saornil acometió, rescatando a doce prisioneros que estaban en sus manos.
Desde allí, supo que en Santa María de Nieva había salido un convoy dirección a Olmedo y, preparando a sus batalladores, lo atacó el 2 de enero de 1811 con vivo fuego de fusilería y con todo el arresto de su caballería, requisando carros llenos de galletas, lana y tabaco que repartió por los pueblos del entorno.
Durante los primeros meses de aquel año extendió sus correrías por el resto de provincias, hasta el 4 de junio, cuando volvió a su tierra para repetir la hazaña de la posada de Medina en Olmedo con el mismo resultado. Pero no todo eran victorias para el guerrillero, y en julio lo cercaron en Peñaranda, de donde se libró de la muerte por su intrépido carácter, pero pagándolo con la pérdida de 300 de sus hombres.
La persecución de su persona por parte de los enemigos no cesaba, y después de reorganizar la partida y continuar con su empresa, volviéndose un nómada que aparecía en puntos contrarios de donde los franceses lo buscaban, una actuación que se veía favorecida por la constante ayuda que le prestaban los vecinos de las diferentes poblaciones, quienes despistaban a los perseguidores. Con esta tónica liberaba prisioneros y derrotaba columnas enteras de adversarios, convirtiendo sus acciones en un movimiento imparable.
Aliados extranjeros
Cuando el general inglés Wellington operaba en Salamanca, Saornil acudió a él para recibir instrucciones, y aquí recibió el obsequio de dos pistolas y del nombramiento como coronel; grado que estrenó en Medina cuando expulsó de la Villa de las Ferias a los intrusos. Posteriormente estableció un puesto de vigilancia del Duero en la Cistérniga, donde libró diferentes y complicados combates, después de lo cual entró con Wellington en Valladolid y avanzó hasta la Rioja, donde reprodujo las proezas realizadas en Castilla.
Al retirarse los británicos a Portugal, Jerónimo volvió a repartir su guerrilla por la Comunidad, y aunque en Fuente el Sol sufrió un pequeño revés, nada le impidió aguar la fiesta a los franceses el 19 de marzo de 1813, cuando estos pretendían homenajear al rey impuesto, José Bonaparte –apodado por los españoles como Pepe Botella-. El de Calabazas interceptó los toros que se dirigían a Madrid desde Portillo para la celebración de una novillada, cambiando el destino de las reses y truncando las ansias de festejos de los invasores.
El tiempo no pasaba en balde, y el guerrillero cada vez estaba más cansado de la batalla, aunque hasta su retirada todavía jugó alguna que otra mala pasada a los enemigos, dirigiendo partidas en Villalba de Adaja, Fuentesauco, Alba de Tormes y Piedrahita; acciones que lo hicieron muy popular en la región, hasta el punto de dar lugar a canciones que siempre terminaban con el estribillo: “Síguela, síguela, Guerrillero Saornil; Síguela, Síguela, yo te daré mi fusil”.
Como premio por sus servicios, el general Castaños nombró a Jerónimo administrador de todo lo perteneciente al convento de la Mejorada de Olmedo, cuyos monjes se habían disuelto, y encargado de la represión de malhechores en las provincias de Segovia, Ávila y Salamanca.
Sin embargo, en mayo de 1813 Saornil fue arrestado y puesto a disposición del Consejo de Guerra Permanente, instalado en Olivenza, debido a las quejas de ciertos municipios que le responsabilizaban del cobro violento de contribuciones y expolio. Su riqueza la utilizó para sobornar a los fiscales y a los oficiales de guardia, consiguiendo un trato de favor, algo que no agradó al resto de reos, así que la fuga era cuestión de tiempo. En abril de 1814 el alcaide del presidio del convento palentino de San Pablo notificó la fuga y, dos meses después, Fernando VII ordenó substanciar la causa, anotando que no se molestase al acusado por el motivo de la evasión. Y desde aquel momento no se volvió a tener noticias de Jerónimo Saornil.
En su pueblo, su Calabazas natal, siempre ensalzaron sus hazañas y presumieron de su valía y arrojo a la hora de enfrentar a los invasores galos –desterrados finalmente el 17 de abril de 1814-, al margen de aquellas acusaciones y de su estancia en la cárcel, por ello, en una pared de las ruinas de la iglesia de la villa hay una placa en recuerdo y homenaje de este guerrillero que fue el azote de los franceses y uno de los encargados de su expulsión definitiva.